
Era un 13 de setiembre, hace 15 años. Yo había escrito una pequeña obra de teatro por encargo del Ministerio de Educación, para el acto cultural que Costa Rica presentaría en la ceremonia oficial del paso de la Antorcha de la Independencia por la frontera norte.
El texto se llamaba Pieles de papel, y celebraba la amistad entre el poeta nicaragüense Rubén Darío y el poeta nacional Aquileo J. Echeverría. Yo estaba emocionadísimo porque al día siguiente iba a ver, por fin, la puesta en escena en territorio nicaragüense, originalmente pensada para representarse con estudiantes de Nicaragua y de Costa Rica, pero que al final pudo prepararse solo con estudiantes de Guanacaste.
Llegué feliz al hotel en Liberia y no había terminado de recibir la llave de la habitación cuando un funcionario del gobierno tico me dijo: “El señor ministro quiere hablar con usted.”
“Ok”, fue mi respuesta. Dejé las maletas a un lado y noté que Leonardo Garnier, titular de la cartera, estaba hablando por celular, cerca de la piscina. Esperé a que terminara. Cuando lo hizo, me vio, caminó hacia mí y me saludó con una sonrisa, pero de inmediato me soltó: “Nicaragua objeta tu texto”. Yo me quedé frío. “¿Y qué vamos a hacer?”, pregunté. “Diay, nada. Ese es el acto cultural que tenemos. La obra se presentará mañana en Nicaragua. Ya la presidenta, doña Laura Chinchilla, está enterada del tema, por si acaso vos creás un conflicto internacional”, me dijo con fisga. “¿Un conflicto internacional?”, pregunté alarmado. “Sí; es que ellos dicen que si nosotros presentamos tu obra, ellos retiran su acto cultural. Pero vamos adelante con eso”, me dijo Garnier.
Me dio una palmadita y se fue a su habitación. Yo agarré las maletillas y me fui a mi cuarto, más pálido que liguista en una final.
No se sabía por qué objetaban el texto. Un par de meses antes, por recomendación de Juan Madrigal, entonces director del Museo Juan Santamaría, yo había recibido el encargo de investigar y escribir sobre la amistad entre los emblemáticos poetas, una metáfora muy hermosa sobre las relaciones de hermandad que hay entre ticos y nicas, en medio de numerosos e históricos desencuentros, conflictos y xenofobia.
Se me ocurrió que la obra ocurría en el presente (en el entonces 2010), y que Rubén Darío y Aquileo eran dos espíritus, o materializaciones de la memoria, que se reunían en la frontera norte, y que con fina ironía trivializaban las divisiones mentales y geográficas que inventamos los humanos, y le complicaban la vida a un policía de Migración empeñado en pedirles permisos y pasaportes, mientras ellos le recitaban poemas, anécdotas y reflexiones como esta: “¡Las fronteras deberían ser un beso entre dos pueblos, no una herida que nos corta y divide!“.
Al terminar la obra, envié el documento y semanas después me contaron que hubo una reunión con gente del gobierno de Nicaragua y que todo iba viento en popa. Pero pasaron los días y no se supo más de Nicaragua. Entonces Costa Rica hizo el montaje con estudiantes de Guanacaste, hasta que la víspera del acto, el gobierno de Nicaragua retomó el tema de la obra para objetarlo.
Amaneció el 13 de setiembre. Durante la noche se había activado la diplomacia y algunas cosas habían cambiado: Pieles de papel ya no se presentaría en Nicaragua, para no provocar. Se haría a las seis de la tarde en el quiosco del parque de Liberia. De igual manera, yo viajaría con la delegación oficial al acto de recepción de la Antorcha, en Nicaragua, pero advertido: “No diga que usted es el autor del texto, y quédese queditico, cerquita de la delegación oficial”.
Me pareció emocionante y divertido: ir de incógnito a Nicaragua, como dramaturgo vetado, como poeta maldito. Pero yo andaba con la espinita. ¿Por qué no les gustó un texto tan inocente que habla de armonía? ¿Sería que no les agradó que pusiéramos tan cerquita a Aquileo de Rubén? Confieso que me dio un placer morboso entrar a Nicaragua sin pasaporte, y caminar por el territorio sin papeles, como en una pequeña e insignificante sacada de clavo por la censura.
Terminó el acto cívico. Pasamos al almuerzo del lado tico. La ministra de Educación de Nicaragua estaba a pocos metros, en una mesa, y me picaba la lengua por ir con una gran sonrisa a preguntarle por qué no le había gustado mi obra, pero me contuve. Así que me dediqué a masticar la chuleta y las papitas, que estaban muy ricas. Me quedaba medio hueso por escarbar cuando de repente llegaron el postre y el café de manera casi simultánea. Le di tres cucharadas al tres leches y no había terminado la última cuando los meseros retiraron los platos. ¿A qué se debía tanto apuro? Vi que la delegación tica se puso de pie y, tras despedirse rapidito, nos retiramos. A las horas, entendí el movimiento.
En aquella época no se usaba WhatsApp. Sin embargo, los periódicos ya publicaban en línea y La Prensa, de Nicaragua, posteó sobre el texto censurado. A los meses, estalló el conflicto fronterizo por un sector de isla Calero, una disputa de límites entre Nicaragua y Costa Rica. Sería pretencioso decir que una obrita escolar tan inocente fuera objetada por ofrecer un mensaje en una línea opuesta a lo que la política apostaba en ese caso.
El asunto no pasó a más. Dos años después, con el apoyo del dramaturgo y director Jorge Arroyo, pudimos presentar Pieles de Papel en el Teatro Municipal de Alajuela. Hace dos semanas, descubrí, gracias al genealogista Mauricio Meléndez, que soy descendiente directo de Patricio Rivas, un exmandatario de Nicaragua. Si lo hubiera sabido en el 2010, me habría envalentonado y habría mencionado al tatara-tatara-tatarabuelo nicaragüense como argumento de sangre para preguntar a la ministra de aquel país la razón de la censura.
Es que tanta división es absurda. Muchos ticos llevamos sangre nicaragüense y sangre tica en las venas. Aún creo firmemente que las fronteras deberían ser dos labios que se besan, no una herida que nos divide. Y eso también es válido para las fronteras mentales en Costa Rica.
Rodolfo González Ulloa es docente en la Universidad Técnica Nacional (UTN) y en la Universidad de Costa Rica (UCR). Es periodista, narrador oral y escritor.