
Si la vida cambia de un momento a otro, tu existencia se disipó en un instante. La correntada te arrancó de la mano de tu madre y, en la tarde aciaga del 26 de setiembre, el diluvio te hundió en el túnel fatídico de una alcantarilla.
Como un ángel de las profundidades, iniciaste un itinerario de horror, cauce adentro, tierra adentro, mientras tu cuerpo frágil rebotaba en los recodos nauseabundos de la oscuridad. Fue entonces cuando tu alma blanca alzó el vuelo, la única vía que te llevó a emerger de la tempestad.
En nuestra pobre condición de seres humanos, limitados de entendimiento, incapaces de comprender los designios inconmensurables, todavía nos preguntamos por qué el destino te situó tan temprano en ese andén al infinito. Porque a la muerte se asiste con resignación, si se ha vivido lo suficiente. Por el contrario, en tu tierna infancia, este final nos resulta inaceptable. Si acaso, habías apagado cinco velitas en tu pastel cumpleañero.
Del desagüe que se convirtió en trampa mortal, manos siniestras habían desprendido las barras metálicas que estaban ahí, precisamente, para evitar lo que sucedió. Lo mismo que en Purral de Goicoechea, en decenas de comunidades de San José y otras provincias, delincuentes y menesterosos arrancan las tapas de hierro de alcantarillas y otros desaguaderos; señales del tránsito, cables de electricidad, materiales que venden al topador sin escrúpulos, quien, a precios de ganga, multiplica sus ganancias y, lo peor, lucra a costa de la inseguridad de los transeúntes.
Hay que aceptarlo. Poco o nada se puede hacer contra la naturaleza indómita. Sin embargo, derrumbes, cauces desbocados, inundaciones y fuerzas arrasadoras del agua, ocurren muchas veces por la imprevisión y la dejadez de funcionarios y entidades gubernamentales, gobiernos locales, asociaciones de desarrollo, fuerzas vivas comunales y sujetos irresponsables que lanzan toda clase de desechos a ríos y quebradas.
Sucesos recientes en la quebrada de Los Negritos, bastan para demostrarlo, máxime que los presagios y las advertencias datan de muchísimo tiempo. Familias que lo han perdido todo han visto desmoronarse y convertir en pesadillas sueños forjados tras largos años de sudores, desvelos y aspiraciones compartidas.
En aquella tarde tormentosa, la fatalidad asestó un mazazo contundente en la conciencia nacional. ¡No tenías por qué morir! Los días que siguieron, estuvimos pendientes de la lucha de las brigadas de rescate contra un tictac inexorable, en su denodado afán de rescatar tu cuerpo y ofrecer a tus deudos el consuelo de una cristiana sepultura.

Sombras de soledad
Desde entonces, tu madre y tus hermanitos conviven con el dolor inenarrable y una sensación creciente del vacío que experimentan en la humilde estancia donde siguen habitando. Porque la vida continúa.
Un niño, un drama, una historia. En Sobre héroes y tumbas, célebre novela del argentino Ernesto Sábato, el tercer capítulo se titula “Informe sobre ciegos”. El protagonista, Fernando Vidal Olmos, recorre dramáticamente la red subterránea de cloacas en la ciudad de Buenos Aires, una alegoría de la ceguera en los bajos fondos y de la desigualdad social en la superficie.
Como Fernando Vidal, tu nombre, Leandro Mangas, reviste cierta musicalidad literaria. No obstante, a diferencia del personaje de ficción en las páginas del escritor suramericano, vos fuiste un chiquillo de la vida real, tantas veces feliz y en ocasiones triste.
Sacudida la conciencia colectiva por el infausto acontecimiento que acabó con tu existencia, tenemos la obligación de proteger del peligro a miles de seres pequeñitos e indefensos como vos. Si así ocurriera, tu desaparición repentina, del diluvio a la eternidad, no sería en vano.
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Roberto García H. es periodista.
