Rusia es una nación grande y poderosa. Posee una gran historia y una enorme cultura, y ha contribuido a grandiosos avances en la humanidad. Justamente, por esa grandeza de la nación rusa, resulta incomprensible y absolutamente reprochable la injustificada invasión a Ucrania, perpetrada contra el derecho internacional y porque pone en peligro la paz mundial.
No es cierto que la seguridad de Rusia se vea menoscabada por Ucrania u otra nación de Occidente. No es cierto tampoco que Ucrania u otra nación del planeta haya cometido un acto de agresión contra Rusia que ameritara esta triste guerra que ya ha cobrado demasiadas vidas.
Rusia es inmensamente más grande que la pequeñez de sus líderes. El mundo quiere a la Rusia que nos dejó maravillosas obras musicales, como las de Chaikovski, Prokófiev o Stravinski.
El mundo anhela las letras de Pushkin, Tolstói o Dostoievski. Todos queremos el teatro y la dramaturgia de Chéjov y Stanislavski. Más que incursiones militares, queremos los avances científicos de Mendeléyev o de Pávlov; las hazañas en ajedrez de Kaspárov y Kárpov. El arte de la danza de Anna Pávlova y la agilidad del tenis de María Sharápova.
La grandeza de Rusia ha estado en todas partes desde siempre. Eso es lo que el mundo quiere de Rusia: arte, avance científico, proezas en el deporte, literatura.
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Lo que no queremos es la cobardía del ataque a una nación soberana, por ningún motivo más que para satisfacer los deseos de un megalómano que nos pone a todos en peligro.
El mundo está junto a Ucrania y contra la élite rusa. En las manos del noble y valiente pueblo ruso está la oportunidad de oponerse al régimen tirano que atenta contra su honor y legado histórico. En las manos de la comunidad internacional está el deber de defender el derecho internacional, la democracia y la paz mundial.
La autora es presidenta de la Asamblea Legislativa.