
Costa Rica vive una epidemia silenciosa. En lo que va del año 2025, 32 mujeres han sido asesinadas por razones de género; esto, según los registros oficiales. Cada una de esas muertes no es solo un crimen: es el reflejo de un país que todavía normaliza el control masculino, el autoritarismo cotidiano y la violencia simbólica que las sostiene.
El autoritarismo no solo habita en los gobiernos o las leyes. Vive en los hogares, en los espacios de trabajo y en las calles. Es la cultura del mando y la obediencia, del “yo decido” y “vos callás”.
Desde el comentario machista hasta la agresión física, el mensaje es el mismo: el cuerpo y la libertad de las mujeres siguen siendo un territorio vigilado y castigado. Evidencia de esto lo constituye la larga lista de violencias hacia la mujer puntualizadas con el avance de los estudios especializados.
El sociólogo Pierre Bourdieu llamó “violencia simbólica” a ese poder invisible que hace que las personas acepten la dominación como algo natural. En Costa Rica, esa violencia se expresa cuando los medios hablan de “crímenes pasionales” en lugar de femicidios, cuando la justicia revictimiza a las denunciantes o cuando la sociedad cuestiona a la mujer antes que al agresor.
Estas conductas quedaron como reminiscencias de la antigua tipificación del Código Penal, en que la mujer debía “ser honesta”, lo que significaba básicamente mantener las “buenas costumbres”, todo ligado por supuesto a no ser inmoral o de conducta sexual libre. Entonces, la protección penal del honor, la violación o el ultraje sexual dependía de la “honestidad” atribuida y probada de la víctima.
Fue mediante décadas de activismo que se logró avanzar hasta llegar a tipificar la violencia contra las mujeres. Gradualmente, se fue modificando el carácter sustantivo de la norma, pero en el fondo sigue vigente; esto se ve muy claro cuando se imponen credos religiosos que logran cambiar el carácter normativo, porque a las mujeres se les debe dominar desde su cuerpo mismo. Todos los tipos de violencia pasan precisamente por el cuerpo femenino.
El punto es que, entre la indiferencia y la costumbre, el autoritarismo patriarcal se recicla. Lo vemos en los celos disfrazados de amor, en los silencios institucionales y en los discursos que defienden “valores tradicionales” para ocultar la desigualdad. Como advirtió Segato, el femicidio no es un exceso de emoción, sino un acto de poder: el intento de un hombre por reafirmar su dominio frente a una mujer que decidió ser.
Casos como los de Allison, los femicidios de San Rafael de Alajuela o el cuerpo recién encontrado en una refrigeradora son heridas abiertas en la conciencia nacional. No fueron tragedias inevitables, sino el resultado de un Estado que llega tarde y de una sociedad que todavía justifica la violencia bajo el disfraz del amor o la costumbre.
Estudios confiables señalan que, durante los últimos cuatro años, la violencia contra la mujer ha aumentado un 145%. A esto debemos añadir las serias limitaciones de los fallidos Puntos Violeta que, al no ser atendidos por profesionales en la materia, no constituyeron una ayuda idónea, sino un gasto presupuestario sin sentido. La realidad no permite acreditar mentiras.
Frente a eso, la respuesta no puede limitarse solamente al castigo. Necesitamos una revuelta simbólica. Educar con perspectiva de género, reformar el lenguaje mediático y garantizar que cada denuncia reciba una respuesta rápida y efectiva. Necesitamos cesar este enfrentamiento sangrante en redes sociales, atizado desde el poder.
Este año cerrará como el año más violento contra las mujeres en los últimos años. Tengamos presente que todo comportamiento humano debe medirse en el contexto correcto.
En Costa Rica, los casos recientes muestran un patrón reiterado de agresores cercanos a las víctimas, falta de medidas de protección efectivas y respuestas institucionales tardías. Treinta y dos femicidios acreditados, a los cuales les sumo el de una chica trans y una abuela, que no se incluyen en la lista oficial, pero el movimiento feminista siempre ha ido unos pasos adelante; por lo tanto, sumaría 34 femicidios a la fecha.
Romper el autoritarismo que mata exige coraje colectivo. Porque la violencia contra las mujeres no empieza con un golpe: empieza con una idea. Y cambiar las ideas es, quizás, la forma más profunda de hacer justicia.
En memoria de las víctimas, este 25N (25 de noviembre) las feministas tomaremos de nuevo las calles; en memoria de ellas, hilvanamos la memoria.
Hilo Violeta 2025
Lista de víctimas mortales en lo que va del año, tomada de la página “Justicia para Fernanda y Raisha”.
1) Ingrid de los Ángeles Espinoza Lanza, 35 años.
2) Tamara Centeno Murillo, 20 años.
3) Meribeth de los Ángeles Mondragón Bejarano, 35 años.
4) Sandra Oporta Salazar, 20 años.
5) Miriam Lizinia Fernández Hernández, 32 años.
6) Sofía Eugenia Calvo Rojas, 30 años.
7) Julyana Valverde Canales,15 años.
8) Xinia Andrea Aguilar Cascante, 42 años.
9) Katherine Tatiana López Murillo, 21 años.
10) María Julia de la Trinidad Dittel Dittel, 63 años.
11) Maritza Auxiliadora Chavarría Reyes, 53 años.
12) Joanna Rebeca Quirós Chacón, 40 años.
13) Geisel González Cantón, 38 años.
14) Katia de los Ángeles Jara Sancho, 53 años
15) Amaly Nicole Rodríguez Martínez, 18 años.
16) Marcela Alexandra Hernández López, 19 años.
17) Luz Etilma Herra Lobo, 39 años.
18) Rashab Jael García Valverde, 32 años.
19) Luz Marina Bania Aguilar, 33 años.
20) Valentina Elizondo Moscoso, 21 años.
21) Yerlin Magaly Godínez Rodríguez, 25 años.
22) Nelly María Romero González, 33 años.
23) Selena María López Alfaro, 26 años.
24) Mileiby del Socorro Arguedas Castillo, 57 años.
25) Mónica Patricia Solano Chaves, 25 años.
26) Rufina Marlene Jiménez Arias, 56 años.
27) María del Milagro Peralta Ajoy, 43 años.
28) Judith de los Ángeles Morales Ortiz, 23 años.
29) Ligia Zulema Faerron Jiménez, 53años
30) Perla Morena Lagos Oporta. 35años
31) Cindy Elizabeth Murillo Bonilla, 39 años.
32) Kahela Denise Gutiérrez Murillo, 4 años.
yolabertozzi@gmail.com
Yolanda Bertozzi es abogada y activista.
