
FIRMAS PRESS.- Siempre fiel a su carácter impredecible, el presidente Donald Trump acaba de demoler el ala este de la Casa Blanca, la histórica residencia de los jefes de gobierno de Estados Unidos.
La inesperada demolición se lleva a cabo para construir un lujoso salón de baile y eventos formales, con capacidad para 650 personas y un costo que supera los $250 millones.
La parte de la Casa Blanca que se está derrumbando ha albergado oficinas de la Primera Dama, un teatro y un salón con capacidad para 200 personas.
Sobre el proyecto, el mandatario afirmó que “será hermoso” y que no afectará el resto de la sede presidencial, de la cual, dijo, es “un gran admirador”. Ha asegurado que no se usarán fondos públicos. “Cero costo para el contribuyente estadounidense”, afirmó. Indicó que el salón de baile se costeará con contribuciones privadas de “muchos patriotas generosos, grandes empresas estadounidenses, y este servidor”. Al parecer, en el grupo de donantes figuran empresas de tecnología como Amazon, Google, Meta y otras.
El ala este se construyó en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, durante el gobierno del demócrata Franklin D. Roosevelt, sobre un búnker para que el presidente se refugiara en caso de emergencia.
En su segundo mandato, Trump ha hecho otras modificaciones en la Casa Blanca: decoró con toques dorados el Despacho Oval, y pavimentó el famoso Jardín de las Rosas de la sede, renovándolo al estilo de sus clubes de golf. Pero ninguno de estos cambios ha provocado tanto rechazo e indignación como el derrumbe del ala este para construir un salón de lujo, en el cual Trump se podrá pavonear frente a dignatarios extranjeros.
Hay muchas dudas sobre el proyecto, y mucho malestar.
La ex secretaria de Estado Hillary Clinton dijo que la Casa Blanca no es de Trump, sino del pueblo. “Y la está destruyendo”, puntualizó.
Elizabeth Warren, senadora demócrata de Massachusetts, expresó que Trump no puede oír las protestas de la gente ante el alto costo de la vida por el ruido de los equipos demoliendo el ala este de la Casa Blanca.
Muchos demócratas se sumaron a las críticas sobre el proyecto, mientras los republicanos en general respaldan a su líder.
Cierto: un gran salón para eventos formales puede ser útil para fines de diplomacia y recepciones de estado. Pero la pregunta que flota sobre el polvo de la demolición en un ala de la Casa Blanca es si la urgencia del proyecto es adecuada en este momento, en que la nación afronta una considerable subida del costo de la vida y sufre el impacto de una desigualdad social muy marcada, mientras la edad de oro prometida por Trump no acaba de asomarse en el horizonte.
También hay que preguntarse si los donantes privados no recibirán a cambio de su generosidad privilegios de influencia o trato especial.
El cambio en el ala este podría quizá hacerse a una escala menor, con un diseño más sobrio, que preserve mejor la estructura original, con menos ostentación. Pero la ostentación es precisamente uno de los rasgos que definen al presidente actual.
La Casa Blanca es un símbolo de la nación. Trump ordenó el estrepitoso cambio sin consultar siquiera con entidades federales reguladoras como la Comisión de Planificación de la Capital Nacional. La ambiciosa magnitud de la obra, el inicio de las demoliciones antes de la aprobación plena de los organismos reguladores, el difícil contexto socioeconómico nacional y, hasta ahora, la falta de claridad sobre los donantes y su posible influencia, hacen ver esta idea de Trump como un proyecto tan problemático como desproporcionado.
Un cambio tan radical en la histórica sede de la Presidencia puede alentar entre el público la percepción de que el mandatario quiere dejar una especie de monumento personal en la residencia del pueblo, un monumento a la vanidad.
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Andrés Hernández Alende es un escritor y periodista radicado en Miami. Sus novelas más recientes son 'El ocaso' y 'La espada macedonia‘, publicadas por Mundiediciones.