Aun si la covid-19 pasa a un segundo plano en la vida cotidiana, la caída general de la expectativa de vida en Estados Unidos sigue con nosotros, porque son muchas las autoridades que se niegan a tomar sus causas en serio.
La covid-19 se ha cobrado la vida de casi 1,2 millones de norteamericanos, lo que la convierte en el principal motivo por el cual la expectativa de vida en Estados Unidos cayó 2,4 años entre el 2019 y el 2021. Pero si bien la expectativa de vida ha comenzado a repuntar, todavía está 1,3 años por debajo de los niveles del 2019, según los últimos datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
Cada grupo racial y étnico tiene una expectativa de vida menor que antes de la pandemia. Las poblaciones indoamericanas, nativas de Alaska, negras e hispanas son las que sufren los mayores retrocesos. Mientras tanto, otros países —entre ellos Suecia, Bélgica y Dinamarca— han regresado o casi regresado a la expectativa de vida prepandémica.
Las razones principales para que Estados Unidos esté rezagado respecto de muchos otros países ricos se pueden resumir en tres palabras: armas y drogas. Estados Unidos supera con creces a otros países de altos ingresos en muertes por sobredosis y uso de armas, y ambos problemas se han agravado desde el 2019.
De hecho, han alcanzado niveles récord. Al mismo tiempo, enfermedades crónicas como los trastornos cardíacos, los accidentes cerebrovasculares y la diabetes están entre las principales causas de muerte en Estados Unidos. La obesidad es un factor de riesgo significativo para todas estas enfermedades, y la tasa de obesidad en Estados Unidos es las más alta entre los países grandes y desarrollados.
Salud bajo ataque
A pesar de tener la economía más grande del mundo y las instalaciones de atención médica más avanzadas a escala mundial, Estados Unidos ocupaba el puesto número 40 en la expectativa de vida global, según los datos disponibles más recientes. Y estos datos se difundieron en el 2019, antes de que la covid-19 hiciera que Estados Unidos se rezagara aún más.
Dados los desafíos en cascada de los últimos cinco años, probablemente todavía se ubique en la parte inferior de la lista de naciones del mundo occidental.
Esto es una desgracia nacional, pero no es inevitable. Los norteamericanos no tienen que vivir y morir así. Podemos utilizar la salud pública —la ciencia de proteger a la mayor cantidad de gente posible de enfermedades y traumatismos— para prevenir las amenazas diarias. El cambio empieza por escuchar a los expertos en salud pública y desarrollar respuestas prácticas y basadas en datos.
Desafortunadamente, el camino de destrucción de la pandemia no eludió al campo de la salud pública. Los científicos y los médicos fueron víctimas de ataques implacables de partidistas en busca de rédito político, y la confianza pública en sus opiniones cayó en consecuencia.
Por supuesto, los científicos y los médicos son falibles como el resto de nosotros. Pero ignorar sus advertencias y consejos es mortal. Lo vimos durante la pandemia y durante la distribución de las vacunas, y todavía lo vemos hoy.
Aun antes de la pandemia, la salud pública estaba subvalorada, porque su poder muchas veces está oculto. Los pacientes a quienes les dan de alta en un hospital después de una operación de emergencia casi siempre están agradecidos y saben exactamente a quién agradecer por salvarles la vida.
Por el contrario, las intervenciones de salud pública salvan vidas todos los días, pero quienes son salvados rara vez lo saben. Este tipo de intervenciones —ya sea un cinturón de seguridad o un airbag, un lugar de trabajo libre de humo o un seguro de gatillo— no generan pacientes agradecidos (o responsables de políticas agradecidos, que podrían financiarlas mejor), porque mantienen a la gente fuera de los hospitales (y de la morgue).
Conciencia sobre el valor de la medicina
Fortalecer la confianza en quienes trabajan en la salud pública empieza por generar conciencia sobre lo que hacen y cómo lo hacen. Por eso, el nuevo documental de cuatro episodios The Invisible Shield (”El escudo invisible”, producido por RadicalMedia, financiado por Bloomberg Philanthropies y disponible en Estados Unidos a través de la cadena PBS) apunta a poner en el candelero a la salud pública y a los logros históricos que, gracias a ella, han sido posibles.
De 1900 al 2000, la expectativa de vida en Estados Unidos aumentó más de 30 años, mientras que la mortalidad infantil se desplomó en tanto el sarampión y la difteria prácticamente se eliminaron. En 1980, el mundo había erradicado la viruela. A continuación, llegaría la erradicación de la polio.
Estos éxitos extraordinarios, alguna vez inimaginables, demuestran lo que es posible cuando las sociedades se comprometen a mantener a sus niños a salvo y prolongar nuestras vidas. Pero el coraje político para tomar las medidas necesarias destinadas a salvar y prolongar vidas —desde sancionar leyes de armas más contundentes hasta gravar al tabaco— parece brillar por su ausencia, más que nunca.
Durante mis 12 años como alcalde de la ciudad de Nueva York, la expectativa de vida promedio en la ciudad aumentó tres años, porque nos negamos a ceder ante los lobistas y los detractores que se oponían a nuestras protecciones innovadoras en materia de salud pública.
Algunas de esas protecciones, como publicar la cantidad de calorías y prohibir las grasas trans artificiales, resultaron tan populares y eficaces que el gobierno federal terminó adoptándolas. Pero, en los últimos diez años —y especialmente después de la pandemia—, las intervenciones en salud pública basadas en datos se han estancado en Washington.
Para lograr que la expectativa de vida regrese a sus picos prepandémicos —y luego suba más aún— necesitamos que las autoridades elegidas por el voto popular sean más valientes y audaces a la hora de desplegar el “escudo invisible”. Y, por ahora, necesitamos que los votantes reconozcan los desafíos y pongan a sus representantes contra las cuerdas.
Michael R. Bloomberg, fundador de Bloomberg L. P. y Bloomberg Philanthropies, y exalcalde de la ciudad de Nueva York (2002-13), es el enviado especial para Ambición y Soluciones Climáticas del secretario general de las Naciones Unidas y embajador global de la Organización Mundial de la Salud para Enfermedades No Transmisibles y Traumatismos.
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