Una vez más las mujeres no fuimos invitadas a la mesa del poder, como lo demuestra el artículo de La Nación del 6 de enero, titulado “Partidos dejan a mujeres 2 de cada 10 candidaturas a alcaldías”.
Lo anterior a pesar de la existencia de una ley para garantizar la paridad y como principio de justicia que reconoce que somos la mitad de la población, y, por tanto, debemos estar representadas.
A estas alturas, no se puede incrementar el escaso número de candidatas para las próximas elecciones municipales, pero sí enfatizar la urgencia de cambios en la mentalidad de los dirigentes de los partidos —en algunos más que en otros—, quienes no han terminado de entender que nuevas demandas sociales los interpelan por igualdad, inclusión, escucha, credibilidad, voz y más mujeres.
Los partidos políticos son organizaciones con vocación de ganar elecciones, y es lógica la postulación en los primeros lugares de personas cuyas candidaturas sean más competitivas, pero la capacidad de competir de las mujeres está asociada a las oportunidades de hacerlas visibles, de tomar medidas que obliguen a mirar sus aptitudes y talento. Habilidades diferenciadas de las mujeres construidas por los miles de años de socialización en el mundo de lo privado, tales como cuidar, negociar y escuchar, son muy bien ponderadas en el mundo de lo público.
Encarar la discriminación. No es tarea fácil quebrar las dinámicas que vienen de otros tiempos en el interior de los partidos políticos. Pero en el siglo XXI no hay alternativa: sin mujeres no hay democracia. La igualdad en política es un componente fundamental de las democracias desarrolladas y las elecciones del 2 de febrero están mostrando desafíos que conviene encarar más pronto que tarde.
Las distintas instituciones involucradas en los procesos democráticos están llamadas a responder a este déficit estableciendo reglas que equilibren el acceso de mujeres y hombres al poder, sobre la base de la igualdad y el derecho a ser elegidas a quienes representan el 50 % de la población y no sobre el derecho a la reelección de quienes han ocupado siempre el poder.
Costa Rica ha sido históricamente un país pionero en cuanto a la participación política de las mujeres en la región. Siendo una de las democracias más consolidadas, en el 2009, fue uno de los primeros países en adoptar la paridad en los cargos de representación popular, lo que trajo un aumento de la participación política femenina, aunque el incremento fue menos rápido de lo que esperábamos y no alcanzó los cargos unipersonales porque no contemplaba inicialmente la paridad horizontal.
Cuando sobrevino la interpretación constitucional de asegurar el encabezamiento y de garantizar la igualdad en las listas consideradas individual y colectivamente, nuevamente nos pusimos a la vanguardia.
No obstante, nuevas interpretaciones jurídicas, a las que se suma la poca voluntad de los partidos políticos, derivarán en despertar el 3 de febrero con un profundo déficit representativo en los gobiernos locales.
Una sola voz. La brecha entre el número de mujeres elegidas y el de hombres tendrá consecuencias que deberemos asumir y remediar.
Las decisiones que tomen los alcales continuarán reflejando los intereses de un solo género, el que ocupa los cargos. Sin mujeres en las municipalidades, será menos probable entonces que se corrijan las desigualdades, lo cual hará que persistan.
Urge que el electorado tome conciencia y se sume con su enorme poder al reclamo de la igualdad, que se escucha fuerte a lo largo y ancho de todo el continente, en las próximas elecciones municipales. Las mujeres no podemos seguir esperando.
La autora es secretaria ejecutiva de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) de la Organización de Estados Americanos (OEA).