En un artículo publicado en esta misma sección, el 5 de enero del 2001, cuya copia conservo, el profesor Guillermo Malavassi Vargas, exministro de Educación y rector de la Universidad Autónoma de Centroamérica, contesta afirmativamente la anterior interrogación, apoyado en valiosas consideraciones, entre las cuales, sin citar fecha, menciona una sentencia de la Sala Constitucional, redactada por el propio presidente de ese tribunal, quien dijo no creer que hubiera algo más ingobernable que el régimen democrático.
Contrariamente a lo que creen muchos de sus actuales defensores, los orígenes de la democracia son muy antiguos, pues no se encuentran en la Revolución francesa de finales del siglo XVIII, como generalmente se enseña.
Se remontan a la antigua Grecia, en donde tuvo sus defensores y detractores. Uno de estos últimos fue el sabio Platón, quien sostuvo una actitud crítica contra el sistema, el cual consideró que fácilmente llevaría a la indisciplina, al desenfreno y al impudor, lo que automáticamente coartaría todo intento por poner freno al libertinaje y a la anarquía, que tarde o temprano terminarían por dar al traste con dicho sistema de gobierno.
Su discípulo y posterior contradictor, Aristóteles, coincidió en ese punto con su antiguo maestro y sostuvo que lo característico del régimen democrático, en definitiva, es no aceptar ser gobernado por nadie o, en todo caso, gobernar por turnos.
Aceptación. Cuando comenzó la Revolución francesa hasta la actualidad, la democracia ha tenido, cuando menos, una nominal aceptación, y fue adoptada con diversos matices y variantes en la mayoría de los países del llamado mundo libre.
Pese a esa nominal aceptación, cada día con más insistencia, estudiosos de las ciencias políticas señalan, desde distintos ángulos, serios defectos y fallas del sistema que justifican, si no su total sustitución, por lo menos una revisión integral.
Ya en las postrimerías del siglo XIX, el filósofo alemán Eduard von Hartmann enfocó su malestar contra la institución del parlamento, principal bastión de los regímenes democráticos, en los siguientes términos: “Desde hace tiempo nadie cree ya que la libertad del pueblo se halle garantizada en la forma de gobierno parlamentaria (…). Todo el mundo está cansado del Parlamento, pero nadie sabe proponer algo mejor, y la conciencia de tener que entrar en el nuevo siglo cargando con esta despreciada institución, como un mal inevitable, oprime el ánimo de los mejores”.
Qué opinaría Von Hartmann de nuestro régimen si en Costa Rica para ser diputado no se necesita ni siquiera saber leer y escribir, pues el artículo 108 de la Constitución Política establece que, para serlo, basta con tener la mayoría de edad y ser costarricense por nacimiento o naturalizado con diez años de residencia en el país.
Fallas. La posibilidad de acceso a posiciones de mando de personas que no están preparadas para el cargo, como con harta frecuencia sucede, es una de las principales fallas detectadas por politólogos.
En vista de la realidad que confrontamos, la igualdad de los seres humanos postulada en la democracia no pasa de ser una mentira hipócrita.
Según la tradición, Judas Iscariote, al ahorcarse, y Juan el Evangelista, al cerrar sus ojos en Patmos, no eran espiritualmente “iguales”, y si vamos a las cualidades biológicas, intelectuales y físicas de los hombres con quienes diariamente tratamos, el postulado de la igualdad resulta sencillamente insostenible.
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El autor es abogado.