Parte de la herencia colonial del navegante Cristóbal Colón a Costa Rica es el idioma castellano, la imposición de la religión católica mediante la espada y la cruz, las insoportables liendres y una que otra enfermedad de transmisión sexual, como la gonorrea.
Vale mencionar también a los caballos y perros lebreles, estos últimos responsables del aperreamiento de indígenas, como ocurrió en la ciudad de León Viejo, en Nicaragua, a principios del siglo XVI.
Colón y su tripulación fueron quienes trajeron la marihuana en los barcos y tuvieron la dicha, en aquel entonces, de no tener que pasar por el escáner y las oficinas de aduanas.
Respaldados por la reina Isabel la Católica y Fernando de Aragón, trajeron el cáñamo, utilizado en cuerdas para el armado de velas, aceite de cáñamo para las lámparas y semillas para alimentarse.
Referentes antiguos. La marihuana, a lo largo de miles de años, arrastra sobre su cuestionada hoja de vida una pesada y herrumbrada bola de hierro.
En la Francia de 1533, Franςois Rabelais relata en su libro Gargantúa acerca del uso de la marihuana y de la forma peyorativa como era vista en aquel entonces: «La cannabis y otras plantas como el sauce, el cáñamo, la cicuta y la mandrágora… hacen al hombre frío y lo dejan maleficiado e impotente para la generación». Frío, maleficiado e impotente, tres males que ningún mortal desearía padecer.
Investigadores de la Universidad Estatal de Washington descubrieron que los indios estadounidenses fumaban la pipa de la paz unos 1.500 años antes de la llegada invasora inglesa en 1620.
Una pipa de unos 5.000 años de antigüedad fue hallada en la década de los treinta por el antropólogo Alfred Kroeber, y esta contenía residuos de tabaco y de diferentes plantas psicoactivas, entre ellas, el cannabis.
Sin ahondar en el sentido antropológico-religioso del caso, se sabe que la marihuana era fumada por los indígenas en las celebraciones de diferentes actividades, por ejemplo, en las fiestas ceremoniales o los acuerdos de paz entre tribus. También, era elemento de unión entre lo divino y lo terrenal.
Tiempo presente. Las fuerzas policiales decomisaron recientemente unos 2.000 kilos de marihuana comprimida para consumo local.
Dividida entre siete provincias, daría 285 kilos por cada una, cantidad nada despreciable si se considera que estos decomisos ocurren por lo menos dos veces al mes.
Esta simple división matemática de primer grado ayuda a inferir que en Costa Rica el consumo de marihuana no es un pasatiempo más, sino que cada día gana adeptos por sus propiedades comprobadas científicamente.
Países del primer mundo, como el Reino Unido, Croacia, Dinamarca, República Checa, Portugal, Jamaica, Israel, la India, los Países Bajos, Estados Unidos, Colombia, Chile y, recientemente, México son algunos donde las leyes permiten el consumo con fines médicos, así como también el cultivo, industria en franco crecimiento, que deja réditos por el orden de los $5.000 millones anuales.
El proyecto de ley promovido por la diputada independiente Zoila Volio se encuentra empantanado, atado a bolas de hierro por intereses dogmáticos, presiones ultraconservadoras y la doble moral.
Doble moral porque en Costa Rica la misma Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) receta sin parpadear decenas de drogas, como codeína, ibuprofeno, lorazepam y carbamazepina, responsables de haber creado una sociedad llena de adictos y zombis, saturando mes a mes los servicios médicos en los Equipos Básicos de Atención Integral en Salud, conocidos como Ebáis, por sus siglas.
Tomar lo bueno. No dudo de que la aprobación del proyecto sea cuestión de tiempo, pero mientras no desaparezcan «los maleficios», «la impotencia sexual» y las «bolas de hierro» atadas a la marihuana, no existirá la oportunidad de sacar partido a un producto que estimulará la creación de empleo por la producción y comercialización del cáñamo y, médicamente, personas con padecimientos cuyo tratamiento sea posible por medio de las propiedades de la planta hallarán alivio.
Si bien es cierto que el almirante Cristóbal Colón no trajo todo lo bueno a América, tampoco debe culpársele de todo lo malo; no hay entonces más remedio que disfrutar lo bueno y añorar por siempre lo que se llevó.
Mientras la legalización no sea un hecho y el gobierno de turno dé más importancia a la creación de agencias espaciales para ponernos a ver el cosmos y olvidar la profunda crisis presupuestaria que lo ahoga, el narcotráfico en tierra no abandonará su trabajo y seguiremos viendo al ministro Michael Soto rodeado de pacas de marihuana, custodiado por policías ataviados con pasamontañas, cargando pesadas ametralladoras para cuidar la herencia del colonizador.
El autor es periodista.