El asombro de los muchos ante la insensatez de los pocos no es ni remotamente una reacción nueva. La irreverencia plagada de locura que sobresale, especialmente en los momentos álgidos de la humanidad, es una vieja conocida para todos los pueblos del mundo.
La lucha de los desquiciados cambia de nombre y país a lo largo del tiempo; sin embargo, su rasgo fundamental descansa en el inexplicable comportamiento de personas que, con cantos de sirena, logran seducir a marineros sin rumbo para embarcarlos en luchas declaradamente perdidas y risiblemente ridículas.
El rey Príamo, quien según el mito condujo a los troyanos a una masacre anunciada, sepultó todo indicio de realidad y sentenció a castigo toda voz que osara tratar de disuadirlo de su locura e insensatez, y se dejó guiar por la ceguera, la cual lo llevaría a emprender una lucha basada en interpretaciones irracionales.
Esa y la necia guerra de los Estados Unidos en Vietnam recuerdan al mundo que el ser humano irreflexivo persigue objetivos declaradamente inalcanzables, convencido de que hace lo correcto.
Al igual que Príamo, Nerón, Lyndon B. Johnson, Yamamoto, Kim Jong-il y otro centenar de líderes que arrastraron a sus pueblos y seguidores a la desgracia, la era moderna nos presenta cada día pequeñas luchas demenciales que amenazan con su estulticia el bienestar de nuestra sociedad.
El caso más reciente de idiotez en Costa Rica tuvo lugar frente a la Casa Presidencial el 13 de julio, adonde un grupo de aturdidos llegó a girtar de viva voz “no hay pandemia”, entretanto, el aparente líder del clan de la locura, preguntaba extrañado por qué el ministro de Salud, Daniel Salas, decía que había pandemia si en cuatro meses solamente murieron 31 personas de covid-19.
Si bien es cierto que la irracionalidad de este hecho sorprende, en esta lucha no se encuentran solos, pues son muchas las personas que agrandan a placer sus burbujas sociales, otros tantos utilizan la mascarilla en el cuello y no faltan quienes se pasean por sus vecindades e ingresan a cuanta casa se les pone enfrente.
Criticamos la lucha de los locos, pero no las propias que, aunque en el anonimato, somos nosotros quienes las protagonizamos.
La guerra no es solamente contra el dichoso nuevo coronavirus, sino contra nosotros mismos, quienes, guiados por la estupidez, emprendemos nuestras batallas instintivas e irresponsables exigiendo, además, el indulto en caso de que algo grave pase.
Así como los hechos solo se esconden de los ojos de quienes no quieren ver, la realidad liberadora de la sensatez y la reflexión se abre paso entre las mentes que, dejando de lado el desquicie emocional, emprenden con diligencia las acciones correctas frente a las crisis que anuncian que unirse a una lucha contraria traerá consigo la desgracia.
La autora es periodista.