Confieso que asistí a la proyección de La boda del Tigre con cierta curiosidad. La película, escrita y dirigida por Esteban Ramírez, era publicitada como una historia de jóvenes costarricenses ambientada en la península de Osa.
No se trataba, por lo tanto, de una temática trascendental, como sí lo fueron las historias de sus filmes anteriores: Caribe, Gestación y Presos.
Por la información provista por el tráiler, se infería que estaba construida alrededor de historias de las llamadas “menores”, es decir, una trama de circunstancias comunes, personajes no excepcionales y desprovistos de todo indicio de situaciones límite (acciones heroicas, destrucciones o muertes).
Es un gran desafío en estos tiempos arriesgarse a contar una historia carente de los tópicos de las cinematografías latinoamericanas, y simplemente centrarse en las vivencias de unos pocos personajes a lo largo de dos días (los días previos a la boda del personaje llamado el Tigre).
Atrapados. La película captó mi atención y mientras me dirigía a la salida iba reflexionando sobre lo visto. Recordé mi época de estudiante de Artes Visuales y de una premisa que imperaba sin discusión en mi casa de estudio: el principal objetivo de todo producto audiovisual es lograr una conexión con la audiencia para desatar los procesos de intelección y emoción. Dicho de otro modo: entretener.
Es justamente esta “conexión” el primer gran logro de La boda del Tigre. A lo largo de sus cien minutos, la trama de la película atrapa al espectador, así como las vicisitudes de los personajes y la belleza del entorno.
Un segundo logro es la construcción de personajes muy próximos y reconocibles. La película se basa en el descubrimiento de verdades, algunas de ellas dolorosas, de la transición de las percepciones candorosas de la juventud a las realidades —muchas veces crueles— de la vida adulta.
Ramírez, aquí, hace gala de su destreza para dirigir a sus actores y logra que ellos progresen en sus roles de manera creíble y sostenida, construyendo escenas plenas de interacciones ágiles, frescas y llenas de matices.
Probablemente, quedará como un hito de la cinematografía costarricense la actuación de Amadeo Hidalgo, quien interpreta a Rigo, personaje que hace alarde de oscilaciones emocionales y de una espontánea fisga popular.
Diálogos y guion. Otro aspecto relevante de La boda del Tigre son los diálogos. Después de ver en los últimos años numerosas películas costarricenses en las cuales los personajes apenas hablan, es refrescante encontrar una cinta plena de diálogos chispeantes y punzantes.
Un tercer logro de Esteban Ramírez es haber creado una historia bien estructurada y coherente. Las distintas fases de la película (planteo, desarrollo, nudo y desenlace) se suceden en forma armoniosa y rítmica. Hay momentos muy bien construidos y plenos de significados. Ejemplo de ello es la escena de un brindis en la cual los personajes, al chocar sus copas las quiebran, esparciéndose los cristales y, así, anuncia en forma simbólica otros “quiebres”.
El filme posee una marcada unidad estilística en el tratamiento visual y musical. La fotografía es de muy buena calidad, sostenida y pareja. Imágenes de mar, bosques, ríos y atardeceres se entrelazan dentro de una misma paleta cromática. Un uso sutil de la iluminación colabora para acentuar los momentos dramáticos.
Merece resaltarse la cuidada banda sonora, muy eficaz en ubicar al espectador en la “geografía emocional” de la película. Es de reconocer su riqueza en efectos sonoros y la inclusión de atractivos temas musicales, muchos de ellos a cargo de intérpretes locales.
La presencia musical local coadyuva a la consecución de un cuarto logro: la construcción de un producto muy costarricense, si por eso entendemos una historia cuyo contenido es un conjunto de matices psicológicos y culturales, paisajes y conflictos propios de este país, que fortalecen la identificación de los espectadores con los personajes y la trama.
Dinero bien invertido. En los abundantes escritos sobre crítica cinematográfica, existe cierto consenso en que un parámetro para evaluar una película es lo que se conoce como “logro técnico”. Lo que quiere decir el correcto manejo de las distintas variables de la producción, principalmente trama, actuación, fotografía y banda sonora.
La boda del Tigre conjuga bien estos elementos y el resultado es una cinta que se ve como un producto digno, sólido y atractivo que, según dijo la persona que me acompañó al cine, “vale cada colón del precio de la entrada”.
El autor es profesor de Apreciación Cinematográfica en la UCR.