Desde don Pepe hasta doña Laura, el espíritu liberacionista consiste en servir y proponer sin importar si somos gobierno u oposición.
No faltan quienes nos acusan de hacer cogobierno, de ser ingenuos o aliados del PAC, mas esas afirmaciones están lejos de alcanzarnos. Don Pepe creó el partido para gobernar y hacer el bien.
Nuestros gobiernos han sido las mayores víctimas del obstruccionismo y de la maledicencia; ejemplos sobran, pero no devolvemos con encono ni pagamos los daños recibidos ojo por ojo.
Muchos creen que obstruir es lo correcto, porque el PAC triunfó con este método, aderezado con demagogia y voces altisonantes.
Los impulsores de esa llamadera de atención se entusiasman por la aparición de unos likes en sus redes de quienes los azuzan para continuar “serruchando el piso” a cuanta propuesta aparezca, sin proponer alternativas para nutrir el debate ni mejorar la toma de decisiones.
La historia nos relata que, a diferencia de la pandemia, la demagogia es permanente. Don Pepe tachaba constantemente esa mala práctica política insistiendo en que somos constructores no arteros obstaculizadores. Democracia no es vulgaridad, democracia no es desorden, democracia no es demagogia, solía decir.
Otros, al ver que a los anteriores les va bien, toman el camino del populismo y se precipitan a fomentar exoneraciones, feriados, vacaciones y regalías. El clientelismo se convierte en su respirador artificial. Don Pepe les sacaría el guayabo para reencauzarlos: “La peor forma de sabotaje es nuestra propia incompetencia”, afirmó el 8 de julio de 1942.
Cuando se trata de definir políticas acertadas para bajar el déficit y el endeudamiento, para consolidar la cobertura de la regla fiscal, para mejorar la gerencia pública o para poner a caminar el aparato productivo, son pocos quienes dan un paso adelante; luego, serán descalificados con las etiquetas de neoliberales, antiliberacionistas o infiltrados.
Fin de la fiesta. El país no debe seguir haciendo lo del avestruz. Es hora de tomar decisiones de saneamiento, que demuestren solidez por la ausencia de los aplausos.
El gobierno debe tomar la iniciativa, hacer frente a los mayores disparadores del gasto y llamar a los partidos a sumarse a su propuesta, o incluso mejorarla, y dar trámite legislativo expedito. Los proyectos para enfrentar la pandemia han sido superficiales.
Los gastones de lo que no han producido tampoco leyeron al hombre del siglo, quien, en vez de atizar el gasto público superfluo y las gollerías como estrategia para reactivar la economía, preconizaba lo siguiente: “La frase ‘conviene crear necesidades’, salvo que sean necesidades culturales, es un absurdo económico en una sociedad que no puede aún satisfacer sus necesidades elementales. ¡Hay cada intérprete de Keynes que da miedo!”.
Parece que en muchos campos somos los conservadores y no los atrevidos abanderados del cambio. Muchos se aferran a mantener beneficios, y desde sus confortables puestos se hacen llamar “defensores del pueblo”. Para ellos, el pueblo es el sector público, no los desempleados y mucho menos los pobres.
La pobreza se acelera; un tercio de las familias no tienen ingresos: esta no es una estadística, es una calamidad.
Mientras la pobreza, la covid-19 y la falta de políticas públicas sean las grandes verdades de la pandemia, y juntas se confabulen para arruinar la paz social que conquistamos en 70 años de aciertos, no sería patriótico pensar en las próximas elecciones.
Seguimos teniendo extraordinarios técnicos en todos los campos; tenemos claro el aterrador diagnóstico, también lo que debe hacerse, pero falta liderazgo del gobierno y de los partidos políticos para partir el ayote por la mitad.
A diferencia de los gobiernos de Óscar Arias y Laura Chinchilla, en los cuales las agendas legislativas se llenaban de proyectos para las áreas claves de desarrollo, ahora son raquíticas, así como la materia prima aportada por los partidos con representación legislativa.
Falta de creatividad. La mayor crisis en esta pandemia es de ideas y proyectos. Eso tiene solución. Si la gente del presidente se embotó, que llamen a un grupo de expertos con experiencia y talento para que monten el tren en los rieles y empecemos a ver la luz al final del túnel.
Cuando hay vacío de propuestas, los aprovechados levantan las voces contra las recomendaciones del FMI y la OCDE.
La mayor parte de los actores políticos no quieren leer las introducciones de esos recetarios para no asumir compromisos con la cura. El sentido común nos dice que cuando hay un tumor maligno no hay ni ideologías ni dogmas, simplemente se opera.
Llegó el momento de llevar el aparato público al quirófano para depurarlo. Asimismo, untar la pomada de reactivación económica soltando amarras al emprendimiento para que este vuelva a ser el gran protagonista del desarrollo. Un buen clima de negocios es el mejor antídoto contra la crisis.
Muchos son los obstáculos del 2020; sin embargo, siempre quedará en el espíritu liberacionista la frase de don Pepe: “Mi espíritu nunca ha estado propenso al desaliento. Derrotado en un frente, siempre encuentra espacio para seguir luchando por la causa que ha abrazado”.
El autor es exdiputado.