El sábado 26 de setiembre, en la tarde, mi familia y yo fuimos a la tienda Aliss ubicada en Zapote. Estábamos dando vueltas, mirando los productos, conversando entre nosotros en una mezcla de coreano y español.
Una madre y su niño se nos acercaron y escuché a la madre exclamar: “¡Mira, esos son chinos!”. El niño respondió: “¡Sí, mami, son chinos!”.
Mi familia los ignoró, pues estamos muy acostumbrados a esa clase de xenofobia. Yo, sin embargo, me enojé mucho y les dije que se callaran y que nos dejaran en paz.
La señora no me hizo caso y comenzó a explicar al niño las varias características de “los chinos”, las cuales no eran más que estereotipos odiosos e ignorantes.
Habiendo sido víctima de otros actos de xenofobia me enojé muchísimo y le dije que ella era una vergüenza.
La señora pareció sorprendida y fue a acusarme con los empleados. Ninguno de los empleados que vieron la interacción se molestó en disculparse con nosotros por el odio y la humillación que habíamos recibido por el pecado de parecer chinos.
Humillación. En ese momento, como en muchas otras ocasiones similares, me sentí humillada, porque nos habían tratado como si fuéramos un espectáculo en un zoológico.
Habrá personas que me juzguen mal por mi reacción, pero me pregunto si harían lo mismo si les pasara muy a menudo que un desconocido transgreda la distancia social solo para susurrarle al oído ni hao, o que hombres desconocidos lleguen con piropos como “chinita rica” en medio del día.
Hace casi siete años se publicó mi carta al editor bajo el título “Por favor, dejemos la xenofobia en el pasado”, en la sección de “Opinión” de La Nación.
En ella escribí sobre las diferentes agresiones xenófobas que he recibido como mujer de descendencia coreana en Costa Rica.
Las respuestas que recibí fueron mayoritariamente positivas, pero también hubo personas que comentaron que mis experiencias con la xenofobia “no eran para tanto” y que yo era “demasiado sensible”.
A pesar de esos comentarios, las respuestas positivas me dieron la esperanza de que el país que yo considero mi hogar iba avanzando en el respeto de los derechos humanos para todos.
Más que declaraciones. En junio, nuestro gobierno declaró que Costa Rica rechaza el racismo y la discriminación a través de un manifiesto, donde se reafirma que el artículo 1 de la Constitución establece que este es un país multiétnico y pluricultural.
No dudo que la intención de los redactores es, cuando menos, noble, pero la discriminación no puede controlarse con promesas vagas de solidaridad.
Necesitamos que cada ciudadano haga el esfuerzo de educar a sus hijos y que tengan el coraje para defender a quienes son objeto de palabras y actos de odio por ser diferentes.
Necesitamos que el gobierno apoye a los educadores del país para que ellos fomenten mentes abiertas y libres de prejuicios.
Ser xenófobo no ayuda a nadie. Enseñar a los hijos el mismo odio que usted porta solo servirá para que se queden atrás en un mundo que sigue evolucionando. Además, en este momento, todos los costarricenses, sin importar origen o color de piel, deberíamos estar más unidos que nunca para salir de la pandemia lo más pronto posible.
El cambio está en nuestras manos, y espero que en siete años no tenga ninguna razón para escribir sobre este problema.
jandi.keum@gmail.com La autora es graduada de la carrera de Derecho.