El 10 de febrero del 2021 quedará marcado en los anales de nuestra Asamblea Legislativa. La culpa la tiene, parcialmente, el mismo presidente por haber cedido a la horda de lobos y lobas que supuestamente representan al soberano.
En Washington, el peligro vino de fuera del Capitolio; en San José, el peligro está dentro y corre el riesgo de crecer. Ojalá nunca más surjan voces como para aumentar ese número de 57, que son. Como señaló Cabral: no les tengo miedo, pero son muchos, entre aspiradoras y aspirantes.
No voy a lo ideológico, que es barril sin fondo, sino a lo simplemente humano: al jefe de Estado, por el simple hecho de serlo, tenían que respetarlo por su investidura.
Los trogloditas no entienden de protocolo ni de caballerosidad, incluidas las mujeres. Todo el teatro montado ese fatídico día fue como ver a un Cristo, buena gente, dejando que la chusma le escupiera.
Señores y señoras de la gradería de sol, vamos a ver, ¿no saben ustedes de separación de poderes, de protocolo y simple decencia? ¡Quítense la máscara que creen que los protege: procuren dar más la cara, más allá de lo que les resguarda ese recinto que, visto desde tres de cuatro lados, no es más que una caja de leche o de zapatos.
Des-cara-dos, ahondan la sensación de vacío al solo ver uno ese molote de cemento y la distancia disfuncional entre los dizque representantes del pueblo. Tan alejados, pareciera que no se les permite siquiera dar la cara. Atrofia de estética, si se compara con los modelos, aunque sean anteriores y exteriores, más apropiados para la tarea de confrontación.
Pero además, tan burdos actores fueron, ella con su lapicerito como con cara de pistola y él, confundiendo ironía fina con chota vulgar.
Cara de vergüenza deberían tener. El tema de la máscara quedó bien estudiado, en nuestro medio, desde hace décadas, pero ustedes confunden esa con cáscara. Caretas vemos, corazones conocemos.
El autor es educador.