Muchas personas me felicitaron por el testimonio que di para el artículo titulado «Un testamento a tiempo previene agrias disputas por bienes y dinero», publicado en La Nación el 22 de noviembre, y en el cual se me definió como una persona previsora por tener listo mi testamento vital o certificado de últimas voluntades.
Algunos lo consideran un acto de valentía; sin embargo, yo lo conceptualizo como producto de una personalidad estructurada, a la que no le gusta dejar al azar lo que puede planificar.
Los aspectos que detallo en el documento son tan íntimos que no quiero que nadie decida por mí; aunque estoy segura de que el amor y los buenos deseos de mi familia primarían en sus juicios.
La mayoría de las personas no expresan nunca, ni siquiera a sus más allegados, cómo les gustaría que fueran sus últimos días y, menos aún, se atreven a conversar respecto a sus preferencias cuando les llegue la muerte.
Nadie habla de lo que estaría dispuesto a soportar y lo que preferiría evitarse. Otros lo hacen cuando es demasiado tarde.
Libre decisión. La decisión de redactar un testamento vital debemos tomarla cuando estamos sanos y queremos, por dignidad, disciplina o responsabilidad, definir a priori cómo deseamos sobrellevar el final.
Para generarlo hay que ser mayor de edad, estar bien mentalmente y redactarlo por libre decisión.
Disponer de un documento donde se detallen nuestras últimas voluntades es un asunto tan personal que debe ser redactado a la medida de nuestras realidades y necesidades.
Para escribirlo se requiere concentración, tener la mente lúcida, dejar de lado los prejuicios y los temores y, no menos importante, hacernos amigos de las situaciones fortuitas; tomar las riendas de lo inesperado, de lo imprevisto y también de las realidades inexorables de la vida, como son las enfermedades físicas, mentales, emocionales y, lo más seguro que tenemos todos, la muerte.
El objetivo de este documento es facilitar a nuestros seres queridos los pasos que deben seguir, que sepan qué decidimos, lo respeten y cuando muramos lo cumplan al pie de la letra.
Instrucciones. El aspecto más común descrito en este documento está relacionado con los tratamientos y las actuaciones médicas que se desean si uno llegara a padecer una enfermedad irreversible o terminal que lo lleve a no poder expresarse.
La idea es que el personal médico conozca y respete nuestras instrucciones en caso de enfermedad incurable avanzada, terminal o en agonía.
Obviamente, estos procedimientos y actuaciones médicas siempre deben estar acordes con la ética y la buena práctica clínica.
Otros asuntos que usualmente se tratan en el testamento vital son los gustos y deseos sobre el destino del cuerpo y de los órganos, así como la asistencia espiritual, las diligencias antes, durante y después del funeral, etc.
Una vez que tenemos listo el documento es imprescindible conversar con la familia en forma abierta y honesta. Incluso debe aprovecharse la ocasión para designar un representante, que será quien tome las decisiones finales. El original del documento debe estar guardado en un lugar seguro, pero donde sea fácil de localizar.
No importa la edad o si se tienen problemas de salud, el mejor momento para hacerlo es el presente, para vivir tranquilos lo que nos resta de vida.
La autora es periodista e historiadora.