
Hoy recuerdo a mi abuelo paterno, Federico Baltodano Guillén, un hombre silencioso, pero sabio. Cada vez que hablaba, todos escuchábamos. Fue un ingeniero visionario, gran amigo de Jorge Manuel Dengo, fundador del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE). Juntos soñaron con electrificar cada rincón del país y lo lograron. El ICE se convirtió en símbolo de orgullo nacional, testimonio de una época de visión, eficiencia y compromiso.
Hoy, en vísperas de otro ciclo electoral, el ruido político oculta verdades incómodas. En democracias hermanas, el populismo brota de la frustración. ¿La causa? Corrupción, burocracia, polarización y poderes fácticos que manipulan el juego político. ¿Y nosotros? ¿Estamos debatiendo sobre lo que realmente importa?
No soy experto en democracia, pero por mi trabajo lidio con entidades gubernamentales todos los días. Y como ciudadano común, creo que debemos repensar nuestro sistema, no para desecharlo, sino para fortalecerlo. La urgencia se siente. Pensemos en la madre que rebota entre ventanillas buscando atención médica para su hijo. O en el joven emprendedor ahogado en trámites. Esa frustración alimenta la desconfianza en la democracia.
Incluso instituciones como el ICE, emblemas del siglo XX, hoy afrontan retos. Su estructura ya no responde con agilidad a las nuevas demandas. No se trata de negar su valor, sino de actualizar su modelo para que sigan siendo motor de desarrollo, no freno involuntario.
Pero más allá de la eficiencia, hay un problema estructural ignorado en el debate público. Algunas disposiciones recientes (como la Ley N.º 10.224) han generado efectos indeseados. Con el afán de evitar abusos, se ha instalado una cultura de miedo a decidir. Funcionarios enfrentan el dilema de actuar con criterio técnico y enfrentar consecuencias legales desproporcionadas. Esta “parálisis por temor” frena la gestión pública. Un Estado moderno debe proteger al funcionario honesto, no paralizarlo.
¿Cómo volvemos a creer en la democracia? ¿Cómo recuperamos la confianza en un sistema que se siente ineficaz y obsoleto?
En mi artículo del 7 de junio, publicado en La Nación, propuse cuatro pilares urgentes: capital humano, ciudades y territorio, innovación y pymes, y cohesión social y seguridad. Pero quizá lo más crítico es dotar a la democracia de herramientas para habilitar decisiones, no para frenarlas.
Inspiremos nuestras reformas en democracias maduras: Dinamarca, Suecia, Finlandia, Canadá, Nueva Zelanda. Su éxito no es casual: invirtieron en educación, cultivaron meritocracia y construyeron instituciones con visión y responsabilidad. En esos países, la democracia es eficaz porque la ciudadanía confía en ella.
Pienso en María, una joven brillante de Limón. Tiene el mismo potencial que cualquier joven en Estocolmo. Pero mientras allá acceden a sistemas de clase mundial, María acude a un centro educativo con recursos limitados. ¿Qué futuro le estamos entregando? ¿Cuántos talentos perdemos por no invertir en educación y eficiencia estatal?
Por eso propongo sumar un quinto pilar: una Democracia 2.0, más ágil, transparente y eficaz. Esta nueva versión debe enfocarse en cuatro grandes desafíos:
1) Educación como eje central de la política pública. Elevar la educación a prioridad nacional innegociable, crear una política de Estado que trascienda gobiernos, formar una comisión independiente que garantice currículo moderno y selección meritocrática de docentes y universalizar el acceso a educación preescolar de calidad.
2) Blindaje institucional contra la corrupción sin frenar la acción. Garantizar independencia real de entes clave como la Contraloría y la Defensoría, con procesos de selección transparentes y meritocráticos; digitalizar procesos y fomentar transparencia radical; reformar leyes que penalizan desproporcionadamente el error técnico, y crear mecanismos legales que protejan al funcionario que actúa de buena fe.
3) Fomento de una meritocracia amplia en el Estado. Reformar el Servicio Civil para blindarlo de injerencias, profesionalizar juntas directivas y liderazgos mediante comités independientes, e instaurar una cultura donde el mérito y el servicio ético sean aspiracionales.
4) Participación ciudadana y construcción de consensos. Establecer espacios vinculantes de participación, fomentar el diálogo entre actores clave, e impulsar acuerdos de largo plazo en temas estratégicos como educación, energía e infraestructura.
Actualizar nuestra institucionalidad no es tarea de un gobierno, es un proyecto de nación. Exige continuidad, valentía y visión. La historia de Costa Rica no está escrita. Está en nuestras manos. Si nuestros abuelos nos legaron la semilla de la paz y el sueño de un desarrollo inclusivo, hoy nos toca regar esa semilla con eficiencia, transparencia y valentía. En este año electoral hablemos de lo que realmente importa.
Federico Baltodano es ingeniero civil y director de proyectos en Portafolio Inmobiliario.