
Llueve. Espero a Emma en un café mientras la plaza del frente se inunda de peatones con prisa. Veo a la distancia a un hombre que avanza con el paraguas colgado en el antebrazo. Las gotas que rebotan sobre su cabeza no parecen molestarlo. Calculo que está en mitad de sus ochentas. De repente, cerca de la ventana desde la que veo llover, salta sobre un charco.
El salto callejero del octogenario es una fiesta. Una razón para ser optimistas en días grises. Un evento luminoso y una pequeña colección de enigmas. ¿Por qué lleva este señor su paraguas cerrado? ¿Qué tipo de juego está jugando? ¿Por qué salta sobre el charco en lugar de rodearlo? ¿Por qué saltamos?
Metáfora y ensayo
Saltamos. Todo el tiempo. Salta el acróbata hasta alcanzar su trapecio y saltan los clavadistas desde el borde del trampolín. Saltamos con la ficha sobre la corona enemiga, en el área simétrica del tablero, y lo celebramos con un salto de alegría. Nos conmovemos y nos saltan las lágrimas. Nos saltamos el párrafo redundante y a mediados de los ochenta saltábamos frente a las pantallas de MTV, cada vez que David Lee Roth cantaba Jump.
La palabra salto también salta. En el valle de Ujarrás, el Salto de la novia es una catarata y es también una leyenda protagonizada por unos recién casados y un caballo brioso. En el salto ecuestre, el caballo y el jinete se funden en una sola criatura. Los perros con pedigrí no se aparean: saltan. Evitamos que salten accidentalmente las alarmas y estamos atentos porque, donde menos lo esperamos, salta la liebre. Los futbolistas saltan al terreno de juego cada domingo y ocasionalmente se saltan las reglas. Algunos logran saltar a la fama.
El salto es metáfora y es ensayo. Saltar supone arriesgarnos y tomar decisiones. Sobreponernos a la amenaza de la caída y del golpe. Enfrentar el miedo. Cuando saltamos bailamos con la vida. La seducimos. La palabra salto viene del latín saltare, que significa bailar. Ese vínculo se evidencia en el saltarello: una danza que incluía saltos en su coreografía y fue muy popular en las cortes europeas durante la Edad Media.
Saltología
Dalí Atomicus (1948) es una de las fotografías más influyentes de la historia. El protagonista de esa imagen es el pintor surrealista Salvador Dalí, a quien vemos saltar en compañía de tres gatos voladores y una estela de agua. Su autor es Philippe Halsman, el retratista que se inspiró en los modelos científicos que afirmaban, como afirman todavía, que dentro de un átomo los electrones están en constante movimiento y pueden saltar de una órbita a otra. Esa idea dio lugar a un fructífero proceso creativo.
Tras la publicación de Dalí Atomicus, durante más de una década, Halsman les pidió a sus modelos que saltaran e inauguró así una nueva forma de conocimiento: la saltología. “En un salto, en un repentino estallido de energía, el sujeto vence la gravedad y no puede controlar simultáneamente los músculos faciales y los de sus extremidades. Entonces cae la máscara y el verdadero yo se hace visible”, escribió Halsman en un libro titulado Saltar, publicado en 1959.
Así, con la complicidad de la fotografía, Halsman transformó el salto en malabar y el malabar en atajo hacia la identidad. Delante de su cámara saltaron, entre otras celebridades, Audrey Hepburn, Robert Oppenheimer, Marilyn Monroe, Aldous Huxley, Brigitte Bardot, Richard Nixon, Sophia Loren y los duques de Windsor. Todos fueron distintos en el instante decisivo en que sus cuerpos flotaban en el aire. Fueron las versiones más genuinas de ellos mismos.
El hombre del paraguas cerrado
Sobre los adoquines de la plaza rebotan las gotas de lluvia. Saltan. El hombre del paraguas cerrado se pierde entre un río de gente y me resulta inevitable elucubrar sobre los motivos de su salto espontáneo. Tal vez hace algunos minutos recibió una buena noticia y esa es su forma de celebrarlo. O es un practicante consumado de la saltología de Halsman, que conoce bien los beneficios de saltar y asegura, cada vez que puede, que nadie le quita lo saltado.
En cualquier caso, está claro que durante el tiempo breve en que levita, ese hombre fortalece sus músculos, desarrolla el equilibrio, ensancha sus límites y adopta una perspectiva más amplia sobre el mundo. Cada vez que se rebela contra la gravedad, expulsa el miedo de su cuerpo y se encuentra con su yo más auténtico. El de a de veras. Tal vez, el único. Su vida se vuelve entonces un poco más vibrante. Más vida.
Saltemos. Lo recomienda el hombre del paraguas cerrado.
jurgenurena@yahoo.com
Jurgen Ureña es cineasta.