En un libro delirante titulado Magnitud imaginaria (1973), el escritor polaco Stanislaw Lem prologa La erúntica: un texto inexistente en el que un filósofo cuenta cómo consiguió enseñar la lengua inglesa a una colonia de bacterias. Esas bacterias se comunican, además, a través del código Morse y son capaces de predecir el futuro. Así, mediante el recurso de la sátira, Lem nos instala en el centro de esa perplejidad histórica que llamamos bacteria.
Las bacterias son los organismos más abundantes de la Tierra. Están presentes en todos los hábitats y algunas pueden sobrevivir en el espacio exterior. Son seres superiores en el sentido de que superan, por mucho, nuestro conocimiento del mundo y nuestra capacidad para comprenderlo. A ellas les debemos el queso, la mantequilla, el vino y el yogur, pero también la tuberculosis, el cólera, la escarlatina y la difteria. Con algo de sensatez y modestia, el pálido punto azul que habitamos podría haberse llamado el planeta Bacteria.
Una larga historia en breve
Los homo sapiens aparecimos en África hace 200.000 años, mientras las primeras bacterias aparecieron en la Tierra hace unos 3.800 millones de años. Es decir, nos aventajan en miles de millones de años de aprendizajes sobre las mejores formas de sobrevivencia. “Cuando finalmente aparecimos, nos infligieron durante milenios unos sufrimientos que terminaban en las famosas epidemias, con la muerte de colectividades enteras”, afirma Lem.
Desde la Edad Media sospechamos de su existencia. La peste negra nos enseñó que las enfermedades infecciosas eran causadas por entidades que penetraban en nuestro cuerpo y así, antes de ser la criatura monstruosa que se impulsa mediante flagelos, filamentos y vibraciones, la bacteria fue la metonimia que adiestró nuestra capacidad para conocer la causa por el efecto.
Las primeras bacterias fueron observadas en 1676, gracias al microscopio de lente simple que fue diseñado por el comerciante neerlandés Anton van Leeuwenhoek. En el siglo XIX apareció el nombre con el que las reconocemos hoy, derivado del término griego bacterion, que significa pequeño bastón.
Durante la última década, las bacterias han polarizado la opinión de la comunidad científica. En una esquina se encienden las alarmas sobre la fuerza letal y la resistencia de las bacterias a los antibióticos, como hace José Ramón Vivas en sus libros Súper bacterias (2019) e Historia de las bacterias patógenas (2020). En la otra se ubican divulgadores como David G. Jara, que comenta, en su libro Bacterias, bichos y otros amigos (2016), que algunas son capaces de poner fin a la deforestación y de reducir las emisiones de sustancias contaminantes.
Dioses diminutos
Existe una bacteria notable por su resistencia a las radiaciones gamma, a la luz ultravioleta y a la deshidratación prolongada. Mientras una dosis radioactiva de unos 600 rads causa la muerte de cualquier ser humano, la bacteria Deinococcus radiodurans resiste 5 millones de rads. Junto con las bacterias que pasean diariamente por las zonas radioactivas de Chernóbil, la Deinococcus está llamada a convertirse en una aliada en la lucha contra el cáncer.
Algunas bacterias digieren el plástico de un solo uso y otras colaboran con el reciclaje y la limpieza de ambientes contaminados. Esto ocurrió tras el desastre del Exxon Valdez, en marzo de 1989, cuando ayudaron a degradar el petróleo derramado en más de 2.000 kilómetros de las costas de Alaska.
Se estima que existen más de mil millones de especies de bacterias, aunque se han nombrado apenas unas 43.000 y la mayoría nunca se ha estudiado. Entre las especies que conocemos, solo un pequeño grupo causa enfermedades en los seres humanos: alrededor de 500. Sin embargo, las bacterias son una de las principales causas de enfermedad y mortalidad humana.
En el mundo de la ficción, Stanislaw Lem identificó a las razas de bacterias que ofrecen los mejores resultados en futurología y nombró los dos fermentos que secretan esas razas: la futurasa plusquamperfectiva y la excitina futurognóstica. Bajo el efecto de esos fermentos “adquieren la capacidad premonitoria incluso aquellas razas de coli que, como la E. poetica, no sabían hacer nada, aparte de poemas de mala calidad”, comenta Lem en su texto.
Las bacterias son dioses diminutos a quienes les debemos la vida y la muerte. Son abundancia, enigma y conocimiento. Representan, además, un estímulo permanente para un músculo tan atrofiado como nuestra imaginación. En días en los que predomina el pensamiento único, este aporte vale oro.
jurgenurena@yahoo.com
Jurgen Ureña es cineasta.
