
En todo el mundo, surgen movimientos que buscan acercar a las personas y fomentar la comprensión mutua. A lo largo de la historia, hemos visto y sentido cómo algunos de esos movimientos nos invitan a ponernos en el lugar del otro, entender sus circunstancias y tender una mano solidaria cuando hace falta. Otros, sin embargo, actúan de manera silenciosa, casi en la sombra, trabajando por un bien común sin esperar reconocimiento.
Uno de esos movimientos discretos pero trascendentes es la Mesa Redonda Panamericana, fundada en 1916 en San Antonio, Texas, por Florence Terry Griswold.
Inspirada por las consecuencias de la guerra civil mexicana y los enfrentamientos en la frontera entre México y Estados Unidos, Griswold convocó a un grupo de mujeres decididas a promover la paz mediante la amistad y el intercambio cultural entre los pueblos del continente.
Desde entonces, la Mesa Redonda Panamericana ha mantenido vivo su propósito: contribuir al entendimiento entre naciones y apoyar la educación de niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad a través de un dinámico sistema de becas. Es una organización no gubernamental, no partidista y no sectaria, que promueve programas de extensión cultural y educativa con un fuerte componente de trabajo voluntario.
Sus tres pilares fundamentales reflejan la solidez de su legado. El primero es el panamericanismo de Simón Bolívar, que soñaba con una América unida por la cultura, la lengua y la historia, capaz de superar las guerras y los odios mediante el conocimiento y la cooperación. El segundo, la Mesa del Rey Arturo, símbolo de igualdad, unión perpetua y representación equitativa entre sus miembros. Y el tercero, el lema de los tres mosqueteros, adaptado: “Una para todas y todas para una”, frase que resume el espíritu de fraternidad y apoyo mutuo que guía a las mujeres que integran esta red continental.
Hoy existen alrededor de 223 mesas activas en 22 países del continente americano. Todas trabajan sin fines de lucro y de manera voluntaria en favor de la cultura, la paz y la educación.
En Costa Rica, la primera Mesa Redonda Panamericana se fundó en 1939, en San José, y la de Cartago acaba de cumplir 39 años de labor ininterrumpida. Actualmente, hay nueve mesas en todo el país, impulsadas por mujeres que dedican su tiempo, recursos y energía a mantener vivo este compromiso.
A pesar de los esfuerzos, llegar a las poblaciones más necesitadas sigue siendo un desafío, principalmente por las limitaciones económicas, pues cada mesa se financia con las contribuciones de sus propias integrantes.
Aun así, su impacto es tangible: becas, útiles escolares, uniformes, alimentos y acompañamiento para estudiantes en riesgo social, además de proyectos culturales que fortalecen el tejido comunitario.
Estas mujeres costarricenses merecen reconocimiento público por su labor silenciosa y constante. La Mesa Redonda Panamericana no solo está presente en nuestro país: es parte de nuestra historia. Su expansión y continuidad dependen de que nuevas generaciones de mujeres se sumen a esta noble causa, asegurando la permanencia de su legado.
Porque cada esfuerzo, cada beca, cada actividad cultural es una semilla que florece en más oportunidades, más entendimiento y más paz para nuestras comunidades.
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Leonor Eugenia Cabrera Monge es educadora.