Hace más de 15 años inicié una investigación para definir el perfil país que necesitamos dirigiendo la República de Costa Rica: así fue como nació VotoCR, un proyecto ciudadano que se ha encargado de realizar debates nacionales, entrevistas a candidaturas y hasta elecciones infantiles.
Toda esa labor de periodismo y comunicación política la he realizado con alianzas de universidades y el compromiso de colegas desde la producción, sin ningún fin de lucro.
Ante el panorama que tenemos con miras al 2026, confieso sentirme muy preocupado por el futuro de nuestro país en muchas áreas en las que la patria está lesionada y se le ha hecho mucho daño.
Por eso quise retomar aquellas primeras hojas de ruta que me dictaron cientos de jóvenes cuando les preguntaba: “¿Qué características necesitamos en una persona que quiera gobernar el país?”.
Para aquel momento, se definió un perfil de persona en el aspecto profesional, y llegamos a encontrar incluso rasgos físicos que las juventudes veían como lo más potable.
De este modo, elección tras elección, trato de nutrir a ese futuro gobernante con las nuevas perspectivas emergentes, que dibujan y capitalizan por mucho lo que pide y quiere la ciudadanía. Les comparto algunas ideas fundamentales para comprender, desde la idoneidad, quién podría ser protagonista con todas las cualidades que espera el pueblo. He separado las características en tres bloques: formación profesional, valores morales y éticos, así como liderazgo positivo de impacto con colectivos.
Amplios conocimientos
En el momento de analizar quién es la persona que debería gobernar, siempre ha estado vigente una formación profesional en administración pública, amplio conocimiento de la legislación nacional e internacional, y si eso es acompañado de un verbo accesible, tenemos un prospecto cercano a las expectativas.
No obstante, en la actualidad, los tonos han evolucionado y se necesita una preparación y conocimiento del Estado: quien ocupe la silla presidencial debe conocer la Constitución, la institucionalidad costarricense y la realidad nacional. Esto es crucial para gobernar con responsabilidad y sin improvisaciones.
Conocer del Estado debe ir acompañado de algo más amplio: la visión estratégica definida en plazos con equipos de trabajo crítico, haciendo lecturas prospectivas y pensar más allá de lo electoral, proponiendo una ruta país que contemple sostenibilidad con el medio ambiente, desarrollo económico inclusivo y fortalecimiento democrático.
La formación básica de una presidencia debe tener un compromiso con los derechos humanos; es decir, alguien no de discursos oficiales, sino de conocimiento en la intervención social para garantizar la defensa de la ciudadanía, la igualdad de género, la inclusión de poblaciones históricamente excluidas y el respeto a la diversidad cultural y social. Y algo urgente en el mundo: la atención a las personas adultas mayores.
Un buen comunicador es elemental para, con claridad y verdad, transparentar los procesos políticos, evitando la desinformación; alguien con el valor de asumir la responsabilidad de sus mensajes. Actuaciones a ese nivel van a fortalecer la democracia y la confianza cívica.
Un mostacho lleno de respeto
Decían nuestros abuelos que antes no se firmaban documentos pero un acuerdo podía ser cerrado con el pelo de un bigote. La credibilidad y la seguridad en la palabra de una persona estaban intrínsecamente ligadas al compromiso de un cumplimiento. Por eso, talentos como la integridad ética explican muy bien el actuar con honestidad, rechazar la corrupción y rendir cuentas públicamente. La confianza de la sociedad se basa en la coherencia entre el discurso y los hechos. Sumaría el respeto por la institucionalidad y la dedicación a la protección de un Estado de derecho para resguardar la independencia de poderes, respetar los fallos judiciales y garantizar que las instituciones funcionen sin injerencias indebidas.
Una presidencia de la República debe tener sensibilidad social y compromiso con la justicia: debe priorizar políticas públicas que reduzcan las desigualdades, además de combatir la pobreza apostando por la calidad del sistema público y garantizando educación, salud, seguridad y empleo digno.
Calidades profesionales y personales amparadas en una capacidad de liderazgo democrático hacen de un líder un ejemplo a seguir porque sabe escuchar, construir consensos y tomar decisiones sin autoritarismo. Ese es el punto neurálgico que promueve la participación ciudadana y fortalece las instituciones.
Una gobernanza con capacidad de diálogo y negociación hace posible que un buen presidente o presidenta tienda puentes entre sectores, busque acuerdos y evite la polarización o el conflicto innecesario.
Sin duda, un país como el nuestro no puede olvidar el compromiso con la sostenibilidad ambiental. Por nuestra larga tradición ecológica, debe priorizar políticas climáticas, energías limpias y protección de la biodiversidad.
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Marlon Mora Jiménez es periodista y director de VotoCR.
