
Hay que ir más allá del mero diagnóstico de Rodrigo Chaves como un populista mesiánico con una narrativa confrontativa, antielitista y con tintes autoritarios. La crítica debe hacerse desde adentro: aceptemos, por ahora, que él se presenta como un reformador democrático. Su discurso dice: “Creemos en la democracia; sin embargo, está capturada por una élite a la que debemos combatir”.
El señalamiento del lobby político no es ficticio. Todos en Costa Rica hemos sido testigos de casos de corrupción y opacidad en el uso del dinero público. Estas denuncias expresan una demanda legítima de mayor transparencia. Sin embargo, la desconfianza hacia Chaves radica en su forma de instrumentalizar ese descontento.
La democracia, por naturaleza, es conflictiva: no busca eliminar las tensiones sociales, sino gestionarlas mediante reglas compartidas. No es un ideal de armonía, sino un método imperfecto pero racional para deliberar sobre lo que nos debemos unos a otros como ciudadanos. La democracia se fortalece en la discrepancia y la fiscalización, no en el dogma ni en la obediencia. Su equilibrio es frágil; si se manipula en nombre de una supuesta pureza moral o del pueblo, puede fácilmente desmoronarse.
Claudio Ferraz y Frederico Finan, profesores en British Columbia y Berkeley, han analizado las dinámicas de las instituciones democráticas en América Latina. Sus estudios muestran que altos niveles de transparencia vertical (voto electoral), horizontal (independencia judicial) y diagonal (prensa libre y participación civil) se asocian con bajos niveles de corrupción y clientelismo. Los mecanismos de transparencia –auditorías aleatorias, límites de mandato, libre prensa y movilización ciudadana– incentivan buenas prácticas y sancionan los abusos de poder. En democracia, la eficiencia del Estado se mide con la vara de la fiscalización.
¿Por qué, entonces, incluso en democracias consolidadas, las personas apoyan a candidatos que socavan la institucionalidad? La respuesta está en la incertidumbre y la polarización. Figuras populistas prosperan en contextos donde la frustración ciudadana se convierte en resentimiento. Cuando el debate público se carga de emoción y de desconfianza, las reglas del juego democrático se perciben como obstáculos y no como garantías.
Milan Slovik, investigador en Yale, estudia el backsliding o retroceso democrático. Sus hallazgos en Polonia, Hungría, Estados Unidos y Venezuela muestran cómo los extremos ideológicos terminan cediendo libertades a cambio de poder. Los movimientos de arrepentimiento, como No Kings, son testimonio de ese ciclo: primero, se desmantelan los contrapesos, luego se lamenta su ausencia. En ese terreno fértil de desafección, los populismos crecen.
¿Y por qué dudamos del chavismo tico? Rodrigo Chaves llegó al poder en 2022 mediante un proceso electoral legítimo, pero pronto declaró enemigo al propio Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) que certificó su triunfo. Además, arrastra señalamientos por estructuras paralelas de financiamiento electoral.
Según las encuestas del CIEP-UCR, el apoyo hacia Chaves es principalmente personalista, síntoma de un electorado polarizado. Chaves convence a sus seguidores de que el terreno político está amañado en su contra. Construye una narrativa donde él encarna al “pueblo honesto” frente a una élite corrupta, pero su discurso se contradice: no ofrece un proyecto de reforma que garantice más transparencia, sino una constante deslegitimación de las instituciones que pueden fiscalizarlo. Ataca al TSE, a la prensa y al Poder Judicial, y cuando estos responden, lo toma como prueba de su tesis: que están capturados. Es un círculo autorreferencial sin salida, donde toda crítica confirma la conspiración.
¡No se equivoquen! La oposición política tampoco puede limitarse a una nostalgia democrática estéril ni a una defensa simbólica del pasado. La crisis actual no es solo institucional, sino también material: desigualdad, pobreza y exclusión son el combustible de esta deriva. El dinero –su distribución y su abuso– se ha comido viva la democracia. Rodrigo Chaves no irrumpió desde fuera del sistema; es el producto de un sistema que se enfrió, que se volvió complaciente, y que dejó atrás a más de la mitad del país.
Un verdadero proyecto reformista no se construye con enemigos, sino con instituciones que funcionen. Supone incentivar la competencia política, fortalecer la fiscalización del financiamiento partidario, garantizar el acceso a datos públicos, promover auditorías y rendición de cuentas, y apostar por una política fiscal progresiva. Las grandes correcciones históricas frente a la desigualdad no surgieron de líderes iluminados, sino de reformas institucionales que ampliaron derechos y participación.
Chaves encarna el hartazgo de un país que perdió la fe en su clase política. Pero su popularidad no repara lo dañado: lo expone. Esta administración ha hecho evidente que la democracia no se defiende sola: se sostiene con transparencia, con instituciones que rindan cuentas y con ciudadanos que no confundan el castigo con la solución.
En las elecciones que se avecinan, la tarea no es elegir al próximo salvador, sino reconstruir la confianza en el sistema democrático antes de que sea demasiado tarde.
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Alonso Venegas Cantillano es máster en Análisis y Política Económica del Paris School of Economics y asistente de investigación en el Centro Nacional de la Investigación Científica (CNRS), en París.