
La victoria de José Antonio Kast en las elecciones presidenciales de Chile, con casi el 60% de los votos, ha sacudido el tablero político de la región. No se trata únicamente de un viraje hacia la derecha en el país austral, sino de la consolidación de un modelo de liderazgo que ya se ha visto emerger en Estados Unidos, Europa y Brasil: la derecha iliberal.
Para Centroamérica, donde la fragilidad institucional y el ascenso de figuras mesiánicas son fenómenos familiares, el análisis de las propuestas de Kast resulta clave. Su triunfo confirma que el manual de estrategias populistas y ultraconservadoras prospera cuando el descontento social se combina con el miedo al desorden.
El concepto de “iliberal” no equivale a antidemocrático, sino a un ejercicio del poder electoral que erosiona las garantías propias de una democracia liberal: la separación de poderes, la libertad de prensa y la protección de las minorías. Kast llega a La Moneda con un programa que se cimenta en tres pilares replicados de sus referentes internacionales: el orden militarizado, una arremetida cultural conservadora y el fundamentalismo de mercado.
Gobierno de emergencia
La primera acción de su mandato sería la aplicación del llamado “Plan Implacable”, que contemplaría el despliegue de las Fuerzas Armadas en las fronteras y en zonas de conflicto. La medida refleja tácticas de líderes que han priorizado la seguridad extrema sobre las garantías individuales.
El modelo recuerda al estado de excepción de Nayib Bukele en El Salvador, celebrado por algunos por la reducción del crimen, pero cuestionado por organismos de derechos humanos. De igual forma, el llamado “Escudo Fronterizo” chileno se inspira en el énfasis de Donald Trump con la construcción del muro fronterizo y en las políticas antiinmigración de Viktor Orbán en Hungría, instrumentalizando la crisis migratoria para justificar restricciones de libertades civiles en nombre de la seguridad nacional.
El segundo pilar de su gobierno sería una embestida cultural conservadora, estrategia que catapultó a Jair Bolsonaro en Brasil y que hoy se replica en distintos escenarios. Kast se ha posicionado como defensor de la “familia tradicional” y como baluarte contra la “ideología de género” y las agendas progresistas.
Esta batalla se libra en dos frentes. Por un lado, el ataque a los medios de comunicación y a las instituciones de control. Al igual que sus referentes internacionales, Kast podría buscar deslegitimar a la prensa independiente, calificándola de “sesgada” o “enemiga del pueblo”. Marine Le Pen, en Francia, y Narendra Modi, en India, han utilizado tácticas similares, debilitando el escrutinio institucional y creando canales de comunicación directa con sus bases a través de redes sociales.
En Centroamérica, el presidente costarricense, Rodrigo Chaves, ha recurrido a un populismo comunicacional semejante, confrontando y descalificando a la prensa y a los organismos de control bajo el argumento de defender al “pueblo” frente a las “élites” mediáticas y políticas. Este tipo de retórica erosiona la confianza en los pilares democráticos.
El segundo frente consiste en la instrumentalización del aparato estatal para revertir o frenar leyes de derechos civiles y programas de diversidad, imponiendo una visión conservadora de la sociedad. En Italia, Giorgia Meloni ha enfocado su gobierno en políticas para apoyar la familia tradicional, limitando el reconocimiento de parejas del mismo sexo, en sintonía con esta ofensiva cultural.
En el ámbito económico, el modelo Kast se alinea con el fundamentalismo de mercado más radical, resonando con las propuestas del presidente Javier Milei, en Argentina. Su plan de reducir drásticamente el tamaño del Estado, recortar impuestos y desregular la economía se presentaría como el camino ineludible hacia el crecimiento.
La promesa de un “Estado eficiente y austero” es el pretexto para desmantelar políticas sociales y estructuras regulatorias. Este enfoque, que critica el multilateralismo y prioriza una soberanía económica de corte nacionalista, es el sello de una derecha que desconfía de los acuerdos globales y que apuesta por un mercado sin contrapesos.
Un riesgo democrático
El verdadero peligro de esta agenda no reside únicamente en la polarización política, sino en la consolidación de un poder que se resiste a la alternancia. Con una mayoría tan contundente, Kast podría intentar reescribir las reglas del juego democrático, siguiendo el ejemplo de Orbán en Hungría: limitar la independencia judicial, cooptar organismos autónomos y utilizar el aparato estatal contra adversarios políticos.
La erosión de la independencia judicial, la captura de instituciones y el uso del poder para perseguir opositores son pasos que históricamente han seguido los líderes iliberales.
Para Centroamérica, la victoria de Kast debe leerse como advertencia. La impaciencia ante la delincuencia y la frustración con las élites tradicionales son el caldo de cultivo que permite a los líderes autoritarios vestirse de salvadores. Incluso en democracias históricamente estables, como la costarricense, el populismo comunicacional de Chaves ilustra cómo el ataque a las instituciones de contrapeso puede convertirse en la primera táctica para centralizar el poder.
El modelo iliberal ha demostrado ser exitoso en las urnas, pero su costo a mediano plazo es recurrente: debilitamiento de la democracia y restricción de libertades en nombre del orden. Chile, bajo la presidencia de Kast, se convierte en el nuevo laboratorio de esta estrategia global. La pregunta que queda abierta para la región es si las sociedades latinoamericanas están dispuestas a pagar ese precio: sacrificar las garantías de la democracia liberal en aras de una promesa de seguridad y eficiencia.
La historia reciente demuestra que ese intercambio suele ser irreversible. Y en ese espejo chileno, Centroamérica debería mirarse con atención: lo que hoy parece un triunfo del orden puede convertirse mañana en la antesala de una erosión de la democracia.
Juan Pablo Ferrari Saavedra es periodista.