Hace un año tuve una experiencia muy curiosa que me hizo reflexionar sobre lo que pasa en Costa Rica. Fui al Ebáis de Escazú para una revisión periódica. Me solicitaron un hemograma para medir los niveles de colesterol, glucemia y antígenos, entre otros.
Me dieron la referencia para que fuera al laboratorio en otro lugar, en otra fecha y me indicaron que solicitara de una vez la cita en el Ebáis para ver los resultados tres semanas más tarde y otra para ver cómo salió la prueba de antígeno, pues tomaba más tiempo.
La semana pasada, debí realizar diferentes gestiones en la Dirección General de Tributación Directa (DGT) para resolver asuntos de una sociedad de la familia. Como en el sistema ATV salía que la sociedad estaba en condición “omisa”, llamé para averiguar de qué se trataba, y lo primero que me dijeron fue que tenía que ir para generar unos recibos por falta de pago.
Fui a la plataforma de servicios y, muy eficientemente, me los dieron; ah, pero eso sí, me enviaron a un banco a pagarlos de inmediato porque los recibos estaban calculados para el mismo día y no era posible hacer la transacción ahí mismo, en la DGT.
Muy bien, fui al banco, pagué y volví. Una vez de regreso, me informaron de que tenía que efectuar otro trámite para que volviera al estatus de “inscrito” para presentar unas declaraciones.
Me mandaron al cuarto piso y, efectivamente, tenía que hacer un trámite, pero en línea. Como no logré hacerlo online ahí mismo, amablemente me permitieron hacerlo mediante una carta firmada con firma digital. ¡Guau, qué bien! Tuve suerte porque llevaba mi computadora, si no, me habrían dicho “vuelva otro día”. En fin, sigo en el trámite de forma virtual y, en concordancia con el contador, yendo y viniendo.
Después de esta segunda experiencia, llegué a la casa agotado mentalmente y me puse a conversar con la empleada doméstica. “¿Cómo le fue con su hijo y las medicinas?”, le pregunté. Ella me respondió: “Ay, don Carlos, me tienen de allá pa’ca”.
¡Tras cuernos, palos! Leí en La Nación un artículo titulado “Pymes dedican hasta 408 horas anuales a trámites burocráticos en Costa Rica” (9/2/2023), donde se explica que ese tiempo significan 57 jornadas laborales, más de dos meses de trabajo de un empleado de un pequeño emprendimiento que no produciría nada en ese período si se dedicara a cumplir con el papeleo requerido por las instituciones, como por ejemplo gestión de salarios, pago de impuestos y contribuciones sociales.
Costa Rica es un hermoso país, extraordinario, un paraíso. Sin embargo, si queremos mejorar, si queremos un país más desarrollado, más eficiente, más contento, atraer más inversión, que nuestros ciudadanos sean más productivos, necesitamos un sistema que acabe con la tramitomanía y que no nos tenga de allá pa’ca.
El autor es abogado.