
En Costa Rica hablamos mucho de emprendimiento. Lo celebramos, lo ponemos en discursos oficiales, lo asociamos con innovación y futuro. Sin embargo, cuando miramos los datos, la realidad es muy distinta: el emprendimiento temprano se está derrumbando, y con él se apaga una de las fuerzas vitales para la economía y la sociedad.
Una caída difícil de ignorar
Entre los años 2010 y 2014 coordiné el informe país sobre la situación del emprendimiento en Costa Rica, promovido por el consorcio mundial Global Entrepreneurship Monitor (GEM), uno de los indicadores más prestigiosos a nivel mundial para medir la actividad emprendedora en los países.
En esos años, el GEM Costa Rica nos daba como resultado que la tasa de actividad emprendedora (TAE) en el país oscilaba alrededor del 11% de la población adulta, es decir 11 de cada 100 adultos estaban envueltos en una actividad emprendedora naciente, datos muy cercanos al promedio de la mayoría de los países latinoamericanos.
Lamentablemente, el último informe del GEM Costa Rica (2024-2025) es tristemente contundente: la tasa de actividad emprendedora del país cayó a 5%, es decir, un desplome –derrumbe– del emprendimiento de casi un 50% en los últimos 11 años. Definitivamente, algo estamos haciendo mal.
En ese mismo informe, el país se ubica además en el puesto 43 entre 56 economías evaluadas en el Índice de Contexto Emprendedor. Y más grave aún: 11 de 13 condiciones del ecosistema –desde financiamiento hasta educación y políticas públicas– recibieron una nota por debajo de lo aceptable.
En otras palabras: Costa Rica tampoco está generando el ambiente necesario para que sus emprendedores prosperen. En lugar de eso, vemos en ellos frustración.
Es usual escuchar de nuestros emprendedores frases simples y directas: “Queremos salir adelante, pero cada día sentimos que nos cierran las puertas”, o: “Las ideas sobran, la voluntad también, lo que falta es un país que nos deje crecer”.
Y algo aún más revelador: “En las zonas rurales, los emprendedores trabajan el doble, pero las oportunidades y el financiamiento nunca llegan. Al final, la inversión pública se rentabiliza en la Gran Área Metropolitana (GAM), mientras el resto del país queda rezagado”. Este testimonio resume mejor que cualquier estadística el verdadero drama: el ecosistema emprendedor costarricense no es solo débil; es, además, profundamente desigual.
El contraste es brutal; el ecosistema frena más de lo que impulsa: burocracia excesiva, acceso limitado al crédito, centralización de los apoyos en la GAM. Y un miedo al fracaso que crece cada año.
Cito algunos aspectos en los que estamos fallando:
1) Educación emprendedora débil. Nuestro sistema educativo no enseña a emprender, innova poco y no conecta con el mercado real.
2) Burocracia y regulaciones asfixiantes. Abrir, operar o cerrar un negocio sigue siendo un laberinto de trámites.
3) Financiamiento limitado. Al apoyo financiero no llega a quienes más lo necesitan y los fondos de capital emprendedor son escasos para escalar a los emprendimientos dinámicos y con amplio potencial de crecimiento.
4) Desigualdad territorial. La mayoría de los programas, fondos y apoyos se concentran en la GAM, dejando a las zonas rurales con un ecosistema emprendedor casi inexistente.

Opciones para cerrar la brecha
Una de las vías más efectivas para cerrar esta brecha está en fortalecer las incubadoras, las aceleradoras y los fondos de capital emprendedor.
Estas entidades ya han probado su valor: ofrecen mentoría, redes de contactos, capacitación y, sobre todo, aumentan las probabilidades de que un emprendimiento sobreviva más allá de los primeros años críticos. Pero, en Costa Rica, su cobertura sigue siendo limitada, sin recursos suficientes y frágil.
Apoyar incubadoras y aceleradoras no es un gasto; es una inversión estratégica: son los puentes que convierten la intención en acción y la idea en empresa sostenible, mitigando el riesgo de fracaso.
Un halo de esperanza
A pesar de todo, el mismo informe revela que 70% de quienes cerraron su negocio estarían dispuestos a intentarlo de nuevo en los próximos tres años.
Esa resiliencia habla del carácter de nuestros emprendedores y de una semilla que todavía late. Pero no basta con resiliencia. El país debe decidir si quiere seguir por el camino de la economía de lo que existe, apoyando mayoritariamente a las pymes existentes en forma limitada, desigual y lenta (y logrando de este modo un crecimiento económico vegetativo, que no alcanza para el nivel de desarrollo que todos anhelamos), o si apuesta de verdad por la economía de lo que NO existe, la de nuestros hijos, la de la innovación, la economía de las startups y de lo que aún no se ha inventado, para así poder progresar a tasas de crecimiento muchísimo más altas.
El derrumbe del emprendimiento en Costa Rica no es solo un problema de unos pocos soñadores, es un riesgo para toda la nación. Un país sin emprendedores fuertes es un país sin esperanza, sin innovación, sin empleo nuevo y sin futuro.
Hoy más que nunca necesitamos un pacto nacional por el emprendimiento, un esfuerzo que democratice las oportunidades, que elimine trabas, que descentralice apoyos y que dé respaldo decidido a quienes se atreven a crear y a arriesgar para crecer y transformar.
El futuro de Costa Rica no está en potenciar solamente la economía de lo que existe, sino en cómo incorporamos la economía de lo que no existe a lo largo y ancho de nuestro país.
Es hora de migrar de un modelo de desarrollo basado en la creación de empleo a un modelo de desarrollo basado en la creación de riqueza que genere empleo.
mlebendiker@parquetec.org
Marcelo Lebendiker es presidente de Parque Tec.
