
El 22 de agosto de 2024, a las 10:30 de la mañana, me inyectaron un radiofármaco y me metieron en una máquina que parecía salida de Star Trek. Venticuatro horas después, mi doctora tenía imágenes que literalmente me salvaron la vida: un PET-CT que mostraba conglomerados ganglionares “hipermetabólicos”–en cristiano, células cancerosas haciendo fiesta en mi cuerpo sin invitación–. Yo, por miedo, no vi esos resultados hasta que terminó mi tratamiento.
Linfoma difuso de células B grandes. Mi nuevo compañero de vida.
Cinco meses después, el 10 de enero de 2025, el mismo PET-CT confirmó algo hermoso: “Respuesta completa al tratamiento”. El cáncer había desaparecido.
Mi historia tuvo final feliz porque obtuve un diagnóstico oportuno y el tratamiento apropiado. Cuando necesité el examen, mi doctora pudo definir el tratamiento inmediatamente gracias al seguro médico privado que me aporta la organización donde trabajo. Pero sé que soy parte de una minoría privilegiada.
La realidad que duele
Costa Rica enfrenta una crisis de cáncer como segunda causa de muerte: 11.500 casos nuevos por año; 30 personas diagnosticadas diariamente. Mientras yo recibía un diagnóstico oportuno y tratamiento apropiado en cuestión de días, más de 73.000 mujeres esperan por una mamografía. Es como si toda la población femenina de Cartago estuviera haciendo fila para un examen que podría salvarles la vida.
El problema no es la falta de buenos médicos. El problema era que, hasta hace poco, tener acceso a PET-CT era como tener boletos VIP para el Mundial: carísimos, difíciles de conseguir, y la mayoría se queda viendo desde afuera.
El primer ciclotrón y equipo PET-CT público de Centroamérica comenzó a funcionar en mayo de 2023 en la Universidad de Costa Rica (UCR), después de más de una década de desarrollo. Un año y tres meses antes de mi diagnóstico, esa tecnología que produce radiofármacos localmente ya estaba operando.
Pero aquí viene el absurdo: mientras el Ciclotrón de la UCR producía F-18 de alta calidad, yo tuve que depender de isótopos importados desde Panamá para mi PET-CT.
¿La razón? Problemas burocráticos. Cambios en la Gerencia Médica de la CCSS, funcionarios destituidos, contratos trabados en la Ley de Contratación Pública.
Mientras tanto, el Ciclotrón de la UCR funcionaba al 100% produciendo radiofármacos, pero la mayoría de los costarricenses –e incluso muchos pacientes privados– no podía acceder a esta tecnología.
Un ciclotrón es, básicamente, un acelerador de partículas que funciona como el DJ más exclusivo del mundo: toma protones y los hace girar tan rápido que producen flúor-18. Este flúor-18 se convierte en el radiofármaco FDG –el mismo que me inyectaron–, que tiene una vida media de solo 110 minutos.
Por eso, tener producción local es crucial: no podemos depender de delivery desde Miami porque, para cuando llega, ya perdió la mitad de su efectividad. Es como pedir pizza desde otro país.
Lo especial del Ciclotrón de la UCR –$10 millones del Banco Mundial más $2 millones de la Universidad– no es solo la tecnología, sino su filosofía: está diseñado para brindar esperanza de vida a casi 4.000 pacientes con cáncer.
El PET-CT puede detectar tumores de 2 milímetros, como el linfoma que me fue descubierto cuando aún era tratable. Sin la ayuda de esa tecnología, esta lucha habría sido como pelear a ciegas contra un enemigo invisible.
Mi caso ilustra perfectamente por qué esto importa. El linfoma difuso de células B grandes tiene tasas de curación del 60% a 70% cuando se detecta temprano. La clave está en esa “detección temprana”.
Las matemáticas de la supervivencia
Los números no mienten: el tratamiento temprano cuesta de dos a cuatro veces menos que el tardío. Pero más importante que los colones, son las vidas salvadas. Mi pronóstico actual es “excelente” precisamente porque el PET-CT permitió un diagnóstico temprano y un seguimiento preciso.
Es como la diferencia entre arreglar una gotera cuando apenas comienza versus esperar a que se caiga el techo.
Hoy, mis exámenes muestran valores normales. Estoy vivo y bien porque tuve la fortuna de un diagnóstico oportuno y tratamiento apropiado cuando los necesité, gracias al seguro médico que me aporta mi trabajo y a la suerte de conseguir cita en una de esas tardes limitadas de Imágenes Chavarría.
Pero ahora, conociendo la historia completa, la reflexión es más compleja y dolorosa. Mientras yo dependía de radiofármacos importados desde Panamá –con la incertidumbre de si habría disponibilidad cada semana– Costa Rica ya tenía su propio ciclotrón produciendo isótopos de calidad superior las 24 horas del día.
Durante dos años –desde mayo de 2023 hasta junio de 2025– Costa Rica tuvo la tecnología para ser autosuficiente en radiofármacos y democratizar la detección temprana del cáncer, pero la burocracia nos mantuvo dependiendo de importaciones caras y limitadas.
¿Cuántas vidas se perdieron en esos dos años de papeleo, mientras unos pocos afortunados accedíamos a servicios privados con horarios restringidos?
El Ciclotrón de la UCR es más que una máquina: es Costa Rica diciéndole al mundo que podemos ser autosuficientes en tecnología médica avanzada y que la salud es un derecho, no un privilegio. Pero también es una lección sobre cómo las barreras burocráticas pueden obligarnos a importar soluciones que ya tenemos en casa.
Mi PET-CT del 22 de agosto mostró un cuerpo invadido por el cáncer. Mi PET-CT del 10 de enero siguiente mostró respuesta completa. Esa diferencia no solo cambió mi vida: demostró el poder transformador de tener acceso oportuno a tecnología avanzada, aunque fuera dependiendo de isótopos panameños mientras los nuestros esperaban autorización.
Yo tuve la suerte de conseguir cita en esas pocas tardes semanales disponibles, gracias al seguro de mi trabajo. Pero ahora, gracias a que finalmente se resolvieron las trabas burocráticas, ni yo ni nadie más tendremos que depender de importaciones limitadas desde Panamá.
Esa sí es una historia que vale la pena que todos los costarricenses puedan vivir. Solo que ojalá no hubiera tardado dos años más de lo necesario, mientras algunos dependíamos de la suerte y otros no tenían ni esa opción.
ank892@gmail.com
Miguel Fuentes Durán: es sobreviviente de linfoma difuso de células B grandes en remisión completa.