
El árbol de la castaña, también conocido como nuez amazónica o nuez de Brasil, es uno de los gigantes de la selva. Puede alcanzar hasta 50 metros de altura y vivir más de mil años. Pero aunque parezca imponente, es un árbol social. Sus raíces no son profundas, por lo que necesita de los árboles vecinos para sostenerse. Sin ellos, caería al suelo. Se le distingue por emerger con su nube de ramas por encima del dosel amazónico, como un guardián del bosque.
El fruto de la castaña parece un coco pelado. Dentro, guarda unas 10 semillas, cada una con su propio cascarón natural. Su historia no puede contarse sin dos aliados fundamentales: el agutí y la abeja amazónica. Los agutíes, roedores forestales parecidos a los conejillos de indias, rompen el fruto, se llevan las semillas y las entierran por ahí… y muchas veces olvidan dónde las dejaron. Gracias a ese descuido, nacen nuevos árboles. Las abejas silvestres amazónicas, por su parte, son las únicas capaces de polinizar la flor de la castaña. Sin ellas, no hay fruto. Por eso, nadie ha logrado cultivarla exitosamente fuera de la Amazonía.
Durante mucho tiempo, la castaña fue ignorada. Sus árboles eran talados para dar paso a cultivos ilegales de coca o incluso papaya y a madereros, sin saber el tesoro que representaban. Hoy, es uno de los productos más saludables y sostenibles del bosque. Necesita un ecosistema intacto para producir, y a cambio, nos entrega un alimento rico en selenio, ideal para combatir la anemia. Con ella se pueden hacer leches, harinas, dulces, salsas… o, simplemente, disfrutarla tostada, recubierta o natural.
En Madre de Dios, Perú, conocí a Alberto, castañero e hijo de castañero. Creció en una propiedad de 5.000 hectáreas, correteando entre árboles con sus hermanos. Me contó que la muerte no les era ajena. A veces cruzaban el río y de seis que entraban, salían cinco porque a uno lo agarró la corriente o la anguila eléctrica. Si alguien se enfermaba, caminar dos días hasta la farmacia no era ideal. Así que su padre se las ingeniaba con medicina natural. “Probemos con esta resina”, decía. Si curaba, funcionaba. Si no… aprendían.
El trabajo del castañero es manual y sacrificado. Alberto era el único que sabía entrelazar las lianas para hacer el canasto que cargaban en la espalda. Usaban una rama ligera, cortada en cruz, como tenedor para recoger los frutos. Cuando llenaban el canasto, lo vaciaban y, con machete en mano, abrían cada fruto para extraer las semillas. Un saco lleno puede pesar hasta 80 kilos, que cargan amarrado al cuerpo y la cabeza para emprender el largo camino de regreso del corazón de la selva a la casa.
De vuelta, cada castañita se abre a mano con una pequeña máquina. Pero no todo es sencillo, y algunos, en su afán de evitar insectos, rociaban pesticidas alrededor de las bolsas. Esa “solución” provocó el rechazo de las castañas peruanas en Estados Unidos durante años.
Hoy, Alberto se dedica al turismo y cuenta esta historia a quienes visitan el Castaña Amazon Park. Es el mayor de varios hermanos, y trabajó para que los demás pudieran estudiar. Su historia es una de miles que sostienen el corazón verde de América Latina.
En Costa Rica, aunque no tenemos castaña amazónica, sí sabemos lo que significa vivir en armonía con el bosque. Aquí también hay productos que cuidan el ambiente, fortalecen las economías locales y alimentan nuestros cuerpos con salud.
El cacao nativo cultivado en sistemas agroforestales, la miel de abejas meliponas producida sin dañar el entorno, los aceites esenciales extraídos de plantas nativas como el ylang ylang o el laurel, o el café cultivado bajo sombra que protege la biodiversidad, son solo algunos ejemplos. Pero para que eso siga siendo posible, necesitamos algo más que buenas intenciones, necesitamos consumidores conscientes.
Cada producto que compramos tiene una historia de esfuerzo, de relaciones humanas, de impacto ambiental. Ser un consumidor responsable no es solo buscar lo más barato. Es preguntar: ¿de dónde vino esto?, ¿cómo se produjo?, ¿a quién estoy ayudando o perjudicando al comprarlo?
La próxima vez que coma una castaña o cualquier otro producto del bosque, piense en Alberto. Y pregúntese: ¿quién se está beneficiando con ese consumo?
aimee_lb@yahoo.com
Aimée Leslie es gestora ambiental y doctora en transiciones hacia la sostenibilidad.