
No es extraño escuchar a personas decir que los agricultores deberían dedicarse a otra actividad si la que tienen no les es rentable, que pueden vender sus terrenos y dedicarse a otra cosa, o simplemente cambiar de cultivo. Se refieren a la actividad agropecuaria como si fuera igual que cualquier otra actividad económica, cuando en realidad tienen diferencias trascendentales.
Esto va más allá de las características sentimentales que en realidad existen, como el apego a la tierra y la satisfacción de producir a partir de ella. A continuación, mencionaré algunas diferencias que hacen necesario que las políticas estatales deban adecuarse a este sector al momento de elaborarse.
- Factores naturales. El sector agropecuario tiene una alta dependencia de los factores naturales. El clima, por ejemplo, es una de las principales variables que define qué puedo y que no puedo producir. La producción y productividad también dependen de plagas y enfermedades, y de costosos insumos especializados, que pueden generar resistencia. Así, no en todo lugar se puede producir lo mismo; no es posible asegurar un resultado, y conlleva un alto riesgo. Esta alta dependencia de aspectos exógenos no se presenta en otras actividades.
- Sustitución. De lo anterior se deduce que sustituir un cultivo por otro no es sencillo; implica una serie de variables que van más allá del simple mercadeo, que a su vez se ve afectado por la altitud, las características del suelo, la topografía, entre otros factores.
- Mano de obra. En las últimas décadas se ha observado un declive significativo en la disponibilidad de mano de obra nacional para el sector, lo cual ha incrementado su costo y ha obligado a recurrir a trabajadores extranjeros, que tampoco son fáciles de conseguir.
- Ciclos de producción. La actividad agropecuaria depende de los ciclos de producción del cultivo. Los tiempos dependen del respectivo ciclo y no se pueden acelerar o alargar conforme se encuentre el mercado en el momento.
- Perecederos. La gran mayoría de los productos son perecederos, en vista de que el espacio de tiempo para que sean viables para consumo, o bien para transformarlos, es limitado.
- Riesgo. Producto de lo anterior, el riesgo de la actividad es muy alto, al punto de que las aseguradoras no brindan pólizas; o, si las hay, sus primas son muy altas.
- Crédito. Siguiendo la secuencia de los puntos anteriores, el financiamiento es limitado o de difícil o imposible acceso, dado el riesgo que conlleva la producción y la posterior comercialización.
- Venta a futuro. La venta de un cultivo a futuro prácticamente se imposibilita cuando hay un alto nivel de riesgo; por ende, no hay seguridad de cumplimiento, y menos aún sin seguros de cosecha ni créditos accesibles.
- Economía primaria y transformación. El sector agropecuario produce la materia prima que posteriormente se industrializa o comercia por intermediarios. Se produce el cuero para los zapatos, el maíz para el bizcocho. Lo lógico sería que el productor transforme –o sea, que pase de producir maíz a fabricar masa o tortillas–, pero esto no es tan fácil. Aparte de los aspectos logísticos propios de la ruralidad, hay que tomar en cuenta el tamaño del mercado, el acceso a crédito, el volumen requerido y el eventual riesgo de no poder suplirse ni a sí mismo. Las cooperativas han sido un medio para agrupar a pequeños productores que, en su conjunto, alcanzan un nivel de producción y mercado que permite dar el paso industrial; sin embargo, esto no es generalizado.
Estas diferencias deben ser consideradas en las políticas públicas, no solo por el peso económico y social que tiene el sector, sino también por seguridad alimentaria. Por ejemplo, en el caso del arroz, si la política es aumentar la importación del grano, por lo menos se debe definir cuál es el objetivo y las metas, qué niveles permitir y los mecanismos de ajuste, qué nivel interno de producción y procesamiento se pretende mantener, así como las medidas de reconversión necesarias.
Asimismo, son importantes para generar la empatía necesaria para comprender por qué un productor agropecuario se une a una marcha cuando las políticas públicas no consideran nada de lo expuesto líneas arriba. Cuando alguien de la ciudad le dice que venda y se dedique a otra cosa, ¿por qué voy a dejar mi vida y cambiar mi identidad? Suelen decir que se industrialice, sin considerar la realidad del sector. Pero lo peor para un agricultor es sentir que la sociedad no reconozca su importancia en la economía y en el plato de la mesa donde comemos todos, que no considere su identidad.
Adolfo Lizano González es abogado e ingeniero agrónomo.