
Don Rafa (o Felo, para efectos de mi historia) llegó a la consulta externa de Urología del hospital en el año 2008. Felo se dedicaba a la agricultura y criaba cerdos, para vender carne en diciembre. Un hombre cincuentón, “pochotón”, en buen estado de salud, que no fumaba y tomaba muy poco alcohol.
Me contó que tuvo un par de sangrados de forma espontánea con la orina, sin dolor ni ardor, que cesaron en un par de días. El médico que lo atendió en Río Cuarto de forma muy acertada le solicitó hacerse un ultrasonido del abdomen y nos topamos con la desagradable sorpresa de que tenía cáncer en ambos riñones.
Durante el proceso de estudio (que incluye exámenes de laboratorio y de imagen, como el tac), lastimosamente también le encontramos un cáncer de próstata, que se confirmó con una biopsia guiada por ultrasonido. Su examen de antígeno prostático (el examen de sangre de la próstata) salió muy alto y esto fue lo que nos dio la sospecha clínica.
Entonces, allá por el año 2008 nos tocó valorar en sesión médica qué íbamos a hacer con don Felo. Decidimos ir en secuencia: quitar el tumor de un riñón; en otro tiempo quirúrgico, operar al otro lado, y dejar la próstata para el final. Afortunadamente, los tumores de los riñones se ubicaban en la parte inferior, lo que nos permitió retirarlos conservando la parte sana de cada riñón. Esta cirugía se llama nefrectomía parcial y es el procedimiento de elección cuando hay cáncer a ambos lados.
Así lo hicimos. Le dimos sus espacios entre cirugías para que se recuperara. Cuando le quitamos la próstata, fue necesario darle radioterapia para completar el tratamiento, pues el tumor empezaba a extenderse y necesitábamos ofrecerle un tratamiento con finalidad curativa. Esta radioterapia se acompañó de inyecciones de tratamiento hormonal por dos años, las cuales, dichosamente, él toleró muy bien.
Don Felo mantuvo su tranquilidad y un excelente estado de ánimo, a pesar de la adversidad. Siempre decía: “Yo de esta salgo bien, doctor”. Y así fue, siguió con su vida, sin recurrencias de ninguno de sus tumores a lo largo de todos sus años de seguimiento y control.
Unos días antes de la Navidad de 2010, alguien tocó la puerta del consultorio. Era Felo, con un salveque al hombro.
–Y diay, don Felo, ¿vos por aquí...?
–Doctor, es que maté un chanchito en estos días y aquí le traigo una pierna.
–Pero, suave, ¿cómo es eso? ¿En qué te viniste?
–Diay, en el bus de Río Cuarto. Salí a las 4 de la mañana de allá.
–Felo, ¿venís cargando ese salveque tan pesado desde Río Cuarto?
–Sí, señor, es que quería que se comiera el pedacito de chancho ahora en Navidad con su familia.
El gesto me dejó absolutamente conmovido. Por supuesto, le recibí la pierna de cerdo a Felo, quien me acompañó hasta el parqueo para echarla en la cajuela del carro.
Los años pasaban, Felo seguía en sus controles médicos conmigo dos o tres veces al año y siempre, a inicios de diciembre, me daba una llamada. Recuerdo sus palabras: “Doctor, recuerde echar una hielera grande al carro”.
Los últimos tres años, Felo vino a mi casa una semana antes de Navidad. Con el tiempo, decidimos que yo le iba a ayudar pagando “un carrito que lo trajera”, porque ya no estaba en capacidad de cargar un bulto tan pesado en bus desde Río Cuarto. Siempre le echaba unos billetes en la bolsa de la camisa, que me aceptaba a regañadientes.
–¡Doctor, no me dé plata!
–¡Felo, este es tu trabajito! ¡Tampoco quiero dejarte pérdidas económicas!
–¿Cómo se le ocurre, doctor?
–¡Ya, Rafa, no me digás nada! (¡por supuesto, yo con una gran sonrisa!)
–Dios le pague, doctor...
Vi a mi querido Felo por última vez en diciembre de 2024. Vino con el señor “de los mandados” y con su sobrino querido.
–Doctor, ¡qué enredo venir aquí a su casa!
–Pero, diay, Rafa, yo te mandé la ubicación en Waze.
–Es que nosotros no sabemos usar esa carajada, doctor, y veníamos preguntando...
–Vení, dame el teléfono. Ve: vos tocás aquí en el enlace, sale este mapa y, mientras tengan señal de Internet, les va guiando el camino.
–¿Así era la cosa, doctor?
–Sí, señor; ¡así de fácil y sencillo!
Esta vez eran dos piernas de cerdo: la mía y la de mi madre. Justo ese día, mi mamá estaba en mi casa “matando el rato” con sus dos nietos y pudo saludar a don Rafa.
Felo se me acercó y me dio un abrazo esa última vez.
–Vieras que yo vivo tan agradecido con vos, Andrés. ¡Me salvaste la vida!
–Ay, Rafa, para mí es un gustazo y, más que eso, un honor haber sido tu cirujano.
–Yo te juro que jamás dejaré de darte las gracias por todo lo que hiciste.
–Rafa, ¡estoy para servirte!
Don Felo falleció hace poco más de tres semanas. Su sobrino me pasó un mensaje.
“Quería informarle que Felo ha muerto. Él lo estimaba mucho y se fue muy agradecido con usted”.
Rafa, adonde estés, ¡muchísimas gracias por las 15 cenas de Navidad para mi familia! ¡Un abrazo para vos hasta la eternidad!
aarley@medicos.cr
Andrés Arley Vargas es médico urólogo y presidente de la Asociación Costarricense de Cirugía Urológica.