
Apenas iniciada la actual administración, si acaso poco más de una semana, Rodrigo Chaves, en Davos, al recibir como presidente de Costa Rica elogiosos conceptos acerca del país de parte de la señora Marisol Argueta de Barillas, directora del Foro para América Latina, inmediatamente tiende, con una sonrisa sarcástica, a desdecirla y a desacreditar los, según él, inmerecidos elogios.
En aquel momento, sin imaginar que, desgraciadamente, esa iba a ser una constante táctica de su actuación en el gobierno, escribí en las redes: “Eso es imperdonable: ni en el extranjero ni a nivel privado y, menos con carácter oficial, debe desacreditarse el país. Eso no se hace, señor presidente”.
Sin embargo, como todos hemos visto, al menos los que realmente hemos tenido abiertos los ojos críticos, en eso –y casi solo en eso– se ha convertido su paso por la administración. Programáticamente, ha venido desacreditando a la Asamblea Legislativa, el más importante contrapeso democrático; al Poder Judicial, a la Contraloría, a las universidades públicas, al Tribunal Supremo de Elecciones, a la prensa etcétera; es decir, todos los entes e instancias que constituyen y fortalecen el cabal funcionamiento de cualquier democracia, su necesario equilibrio.
A todas esas entidades, con una irresponsable generalización, por no poder demostrarlo, las acusa demagógicamente de corrupción. Los que conocemos y hemos vivido por largos años en Costa Rica sabemos que no es cierto que todo ha sido “inmundicia” y “putrefacción” de aquí para atrás, como afirman los fanáticos seguidores de Chaves.
Y todo esto es porque, paradójicamente, a pesar de su hipócrita queja de que por ello no lo dejan gobernar, a él no le conviene que esas entidades funcionen dentro de las normas legales que tienen establecidas. Si así fuera, se le caerían sus pretensiones autocráticas, que hay que ser muy ingenuo para no verlas: es el camino de Ortega, de Maduro, de Bukele. La afinidad con este último es indisimulada. ¿Merecía Bukele la alta condecoración que Chaves le otorga de manera inconsulta? ¿Copiar para Costa Rica el único “mérito” que ostenta Bukele, es decir, hacer una megaprisión con alto riesgo para la violación de los derechos humanos? Costa Rica no merece emularlo: la historia de El Salvador ha sido muy diferente a la nuestra.
Todo este proceso de “desacreditación” ha infligido a nuestras instituciones un grave perjuicio que ha calado, primero, a nivel interno, en una masa crédula e irreflexiva que no ha percibido el riesgo que entraña y que lo sigue con fanatismo cuasirreligioso. Así, son frecuentes los hiperbólicos atributos, inclusive matizados con referencias religiosas, que rayan, por exagerados, en lo caricaturesco.
Y con los que no estamos de acuerdo con el proceso “desacreditador”, se vuelve ofensivo, chabacano y vulgar (así, el fiscal general es una “rata”, los rectores son “prestamistas gota a gota”, los estudiantes universitarios son “filibusteros”, etcétera) y abre heridas difíciles o imposibles de restañar, generando una división que no permitirá gobernar democráticamente para todos los ciudadanos.
Para él y sus seguidores, somos, sin matices, los “malos”, los “corruptos”, los que queremos conservar las estructuras “podridas”; en definitiva, parodiando el texto de Sartre: “L´enfer c´est les autres”: el infierno somos nosotros. Este discurso ofensivo y vulgar tiende a revertirse, como un bumerán, contra una investidura que no respeta.
Hay un tercer grupo conformado por gente, digamos, culta, que está cercana al gobierno y que no puede ignorar el proceso y el riesgo que se está dando. Están involucrados, no obstante, por intereses políticos o económicos y se convierten en cómplices del desprestigio en que está cayendo el país. ¿Quieren para Costa Rica un régimen como el de Bukele? Si es así, como parece, serían responsables de tirar por la borda los valores que han caracterizado a una Costa Rica de la que muchos ciudadanos, ellos mismos, hemos disfrutado, orgullosos y agradecidos.
Pero el daño también está a nivel internacional. He estado recientemente fuera del país y algunas veces he recibido la pregunta, con preocupación, por lo que está pasando en esta otrora la democracia más prestigiosa y antigua de América Latina. Reconocidos periódicos (¿serán también “prensa canalla”?) como el New York Times, El País de España y Le Monde de París, también han señalado preocupación y crítica por todo lo que está sucediendo en nuestra patria. Y también connotados analistas como Daniel Zobato (“Algo huele mal en Costa Rica”).
No se puede edificar sobre cenizas. Costa Rica tiene sólidas bases para construir y reconstruirse en democracia.
jorgeandrescamacho@gmail.com
Jorge Andrés Camacho R. es catedrático de la Universidad de Costa Rica (UCR).