Nos encontramos a menos de un mes de las elecciones generales. Las de este año serán sin precedentes, porque los ojos del mundo estarán sobre Costa Rica.
Con un total de 25 candidatos, no resulta extraño sentirse abrumado ante tal espectro de posibilidades. Tenemos candidatos de todos los colores políticos y para todos los gustos.
Pero tal variedad implica también para los ciudadanos una gran responsabilidad de informarnos acerca de sus propuestas para evaluar con nuestro propio criterio nuestra afinidad con estas e incluso la factibilidad. Hemos tenido nuestra dosis de promesas inalcanzables y creo que podemos discernir los objetivos concretos de las simples quimeras.
El voto será fragmentado y habrá segunda ronda en abril, a menos que alguno de los candidatos alcance la mayoría necesaria en la primera.
Este hecho puede causar cierta indisposición para salir a votar; sin embargo, hay que recordar el mandato que la Constitución Política nos hace en el artículo 93: el “sufragio es función cívica primordial y obligatoria”, es decir, como nos enseñaron en la escuela, el voto es un derecho, pero también un deber.
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En la gran mayoría de las conversaciones que he sostenido recientemente con familiares, colegas, compañeros de trabajo, amistades e incluso personas con las que he departido en una única conversación esporádica, coincidimos en mucho de lo que debe ser mejorado en Costa Rica.
Precisamente, esas charlas con personas tan variadas, de todos los colores políticos, me hacen tener fe en el compromiso que mantenemos los costarricenses con nuestro deber cívico del sufragio. Tenemos interés, queremos ver cambios, necesitamos ser escuchados.
Sin embargo, como ciudadana, me siento, en muchos casos, empequeñecida y, ¿por qué no decirlo?, un poco desilusionada en vista de la imposibilidad de actuar directamente para resolver los grandes problemas: corrupción, decadencia en la calidad de la educación pública, inseguridad ciudadana, impuestos y tantos otros.
Todos tenemos una opinión sobre la Costa Rica que tenemos y, también, acerca de la que aspiramos, y sabemos que puede mejorar. Pues estamos en el momento histórico clave para que nuestra opinión cuente; el sufragio y nuestro derecho al voto directo son las herramientas reservadas exclusivamente para nosotros, los ciudadanos comunes, para que nuestra voz sea escuchada.
Más allá de las redes sociales, más allá de las pancartas y de nuestras conversaciones cotidianas, tenemos al alcance de nuestras manos esta oportunidad.
También es fundamental la elección de diputados, que se celebra junto con la presidencial, el primer domingo de febrero. Cada vez nos queda más claro el papel protagónico que desempeña la Asamblea Legislativa en un régimen democrático.
Independientemente de quién resulte victorioso, al igual que hemos sido testigos en gobiernos anteriores, la capacidad de diálogo y negociación será indispensable, ya que, si nuestro voto presidencial quedará fragmentado, será muy probable que la Asamblea Legislativa continúe la tendencia de estar compuesta por múltiples partidos políticos.
No dejemos que la apatía nos domine, porque esa apatía resulta nociva para la democracia y se refleja en los porcentajes históricos de abstencionismo que, según datos del Tribunal Supremo de Elecciones, rondan un 30%.
A todos nos concierne y nos afecta el resultado de lo que decidamos, ya sea en febrero o en abril. Luchemos contra la indiferencia y llevemos nuestra acción de votar más allá de un de tin marín.
La autora es abogada.