
En tiempos de automatización, precarización laboral y despersonalización institucional, urge recuperar el sentido profundo del trabajo como vocación humana, espiritual y social. No se trata de idealismos ni de discursos piadosos: se trata de dignidad, de justicia, de devolverle al ejercicio profesional su dimensión ética y su capacidad transformadora.
Desde esta perspectiva, las enseñanzas de Jesucristo, san Francisco de Asís, san Josemaría Escrivá y el nuevo santo Carlo Acutis, ofrecen claves poderosas para rehumanizar las profesiones. No como dogma, sino como inspiración para construir modelos laborales que pongan al ser humano en el centro, protejan al más vulnerable y devuelvan sentido a cada tarea cotidiana.
Jesús dignificó el trabajo manual al vivir como carpintero. En su vida pública, se acercó a los marginados, sanó sin distinción y denunció estructuras injustas. Su mensaje (“lo que hagan por uno de estos pequeños, lo hacen por mí”) interpela a todo profesional que aspire a ejercer con conciencia social y compasión activa.
San Francisco de Asís renunció a privilegios para abrazar la pobreza voluntaria. Su legado inspira modelos laborales sostenibles, inclusivos y profundamente humanos. En contextos institucionales, su testimonio puede traducirse en políticas de bienestar, respeto ambiental y justicia distributiva.
San Josemaría Escrivá promovió la idea de que todo trabajo –desde el más especializado hasta el más humilde– puede ser medio de santificación. Su visión dignifica al profesional que busca excelencia, ética y servicio desde su escritorio, taller o sala de juntas. En tiempos de cinismo corporativo, su mensaje es contracultural: trabajar bien, con propósito, también es amar.
Carlo Acutis, adolescente apasionado por la informática, usó la tecnología para evangelizar y conectar a las personas con lo sagrado. Su testimonio nos recuerda que incluso en profesiones digitales, el corazón debe estar orientado al bien común. En tiempos de algoritmos sin alma, Carlo nos inspira a poner propósito en cada código, cada diseño, cada innovación.
Humanizar el trabajo no es una utopía, sino una urgencia ética. Las enseñanzas de estos referentes espirituales nos invitan a transformar nuestras profesiones en trincheras de justicia, ternura y servicio. En cada decisión institucional, en cada estrategia profesional, deberíamos preguntarnos: ¿esto dignifica al ser humano?, ¿esto protege al más vulnerable?, ¿esto refleja el amor que transforma?
Tres deberían ser las máximas: 1) Pongamos al ser humano en el centro. 2) Transformemos cada tarea en oración y compromiso. 3) Devolvamos dignidad al más necesitado.
Costa Rica, con su vocación humanista y su tradición espiritual, tiene la oportunidad de liderar esta transformación. No desde la retórica, sino desde el ejemplo.
Desde cada oficina, cada aula, cada hospital, cada espacio abierto. Porque el trabajo, cuando se ejerce con alma, puede ser oración y puede ser redención.
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William Alcázar V. es consultor profesional.