En el programa Newsround, del canal televisivo de la BBC de Londres, en el cual se transmiten noticias especialmente para niños, es posible identificar algunas brasas que nos arden.
Niños británicos de ascendencia china con edades de entre 6 y 8 años hablaron en un capítulo reciente, junto con la maestra y sus compañeros, con respecto a algunas de las frases que les gritaban en la cara, unas veces en la calle y otras en la escuela, cuando se desató la pandemia y se culpó a China por ello. La frase más repetida era «¡váyanse para China!».
El 8 de mayo del 2020, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, subrayó que la pandemia había desatado una oleada de odio y xenofobia, y se buscaba chivos expiatorios. Instó a los gobiernos a actuar para fortalecer la inmunidad de las sociedades «contra el virus del odio».
Convencido de estrechar la mano a la empatía, es fácil imaginar lo que puede sentir un niño de siete años y lo que pasa por su cabeza al escuchar exabruptos de esa naturaleza.
Experiencia personal. Cuando yo no era un niño y tampoco nos asolaba mortalmente una pandemia, sino un adolescente, carne de cañón que huía junto con mi familia de la traicionada revolución sandinista, allá por julio de 1979, en varias oportunidades y con la complicidad de la noche, grupos ocultos en los cafetales gritaban enfrente de nuestra casa insultos por nuestra nacionalidad nicaragüense.
Yo sentía una mezcla de temor y rabia; buscaba, sin poder dormir, los motivos de los insultos y las agresiones. Pasados 42 años de aquella oscuridad, todavía no entiendo las razones.
Con el correr de los años, la vida me premió con dos maravillosos hijos costarricenses y nicaragüenses, víctimas también en la escuela de la cruel y patológica xenofobia. En ese entonces, el insulto en los salones de clases —no precisamente en una escuela rural— era «parecés nica».
Cuando se inició la pandemia de covid-19, la zona norte de nuestro país, donde la fuerza laboral está compuesta en su mayoría por campesinos nicaragüenses, se exacerbaron los sentimientos de odio de no pocos nacionalistas y estos alentaron a las autoridades, debido a los contagios, a exigir a algunas empresas ubicadas en esos cantones a establecer estrictos controles.
Y en la búsqueda patológica de señalar los chivos expiatorios a los que se refería Guterres en un inicio, encontraron, según ellos, la causa del problema.
Convivencia. Quien fue embajador de Costa Rica en Nicaragua y diplomático de fuste, Edgar Ugalde, me explicó una vez que las relaciones entre Costa Rica y Nicaragua eran como un eterno matrimonio; con defectos y virtudes, pero sin posibilidades de divorcio.
Así que, por el bien de la sociedad, es tiempo de enseñar a los niños a ver al otro como igual, no como un enemigo, ni como un ser distinto. Las palabras también son como las armas, nunca se sabe si allá donde caen se llevan consigo a seres inocentes.
El autor es periodista.