
Costa Rica afronta una amenaza silenciosa y profunda. No es una invasión extranjera ni una catástrofe natural. Es una crisis de espíritu, de identidad y de compromiso. Mientras la corrupción, la inseguridad y el desgobierno se multiplican, una generación entera –nuestros jóvenes– permanece dormida. No por indiferencia consciente, sino porque crecieron en un entorno que les negó el sentido de patria y les vendió una libertad sin deberes, un presente sin pasado y un futuro sin compromiso.
Nos equivocamos como sociedad al pensar que formar ciudadanos era solo darles títulos, entretenerlos con pantallas o permitirles vivir sin exigencias. Lo que ha faltado es disciplina, doctrina y ejemplo. No les hablamos del deber. No les enseñamos que los derechos se defienden, que la patria se construye; que la democracia se nutre de sangre cívica, no de indiferencia.
Pero este letargo no es exclusivo de los jóvenes. Como pueblo, hemos permitido que el populismo se apodere de la conducción del Estado. Cuando un presidente sugiere que el pueblo debe salir a las calles si no se aprueba su ley… cuando presiona a la Sala Constitucional para que cambie un criterio ya definido… cuando se presenta como encarnación de la voluntad popular por encima de la ley… eso tiene un nombre: sedición.
Y lo digo con responsabilidad. El presidente Rodrigo Chaves coquetea con la ruptura del orden constitucional. Costa Rica debe abrir los ojos antes de que sea demasiado tarde. Ya lo vimos en Nicaragua, donde el autoritarismo se llamó “soberanía”; en Venezuela, donde se disfrazó de “revolución”, y en El Salvador, donde la concentración de poder se vendió como “seguridad”.
El resultado es siempre el mismo: democracias debilitadas, pueblos silenciados y líderes que se creen dueños de la patria.
¿Y cómo llegamos aquí? En parte, por el abstencionismo. En las últimas tres elecciones presidenciales, menos del 30% del padrón decidió el rumbo del país. Entre la apatía y el silencio, hemos cedido terreno a la arrogancia, la manipulación emocional y la erosión institucional. Hemos cambiado la formación cívica por el espectáculo semanal. En lugar de reflexión, recibimos consignas vacías. Hoy, más que nunca, debemos levantar la guardia.
Nuestros tres poderes aún se sostienen, aunque bajo presión. La prensa libre y las redes sociales, cuando se usan con responsabilidad, siguen siendo el cuarto poder: los auditores naturales de una democracia sana. Es tiempo de que ese poder se ejerza con firmeza y sin miedo.
A los jóvenes, les digo: el país no necesita más seguidores, necesita líderes. No más quejas, sino acción. Esta patria fue construida con esfuerzo y sacrificio. Ustedes son los herederos, y la historia no espera.
Costa Rica no necesita hijos que la miren dormidos. Necesita hijos que la despierten. Porque no se trata de que nuestros hijos merezcan una Costa Rica mejor. Se trata de que Costa Rica merece mejores hijos.
capromero@gmail.com
Alex Romero Salazar fue capitán de Policía del Servicio de Vigilancia Aérea del Ministerio de Seguridad Pública (1998–2018).