Vivimos un período de grandes conmociones, cuyas repercusiones se diseminan en la agricultura, la producción de alimentos y las personas.
Sin embargo, esto no es nuevo: desde el inicio de la vida humana hemos estado preocupados por la disponibilidad y el acceso a los alimentos, sufriendo hambrunas por desastres naturales y catástrofes provocadas por el hombre, como las guerras.
Las preocupaciones maltusianas sobre el rápido crecimiento de la población y su potencial impacto en la disponibilidad de recursos, especialmente de alimentos, han resurgido una y otra vez. Tan recientemente como en la década de 1960 había personas que predecían la inevitabilidad de hambrunas generalizadas.
Sin embargo, desde entonces, aunque la población ha aumentado de unos 3.000 millones a más de 8.000 millones de personas, el mundo produce 30% más de proteínas y calorías per cápita con aumentos relativamente modestos de la superficie agrícola (menos del 9% desde la década de 1960). En tanto, los precios de los productos básicos, ajustados por la inflación, son más bajos que en la década de 1970.
Una razón clave de estos logros ha sido lo que un influyente estudio hecho en el 2001 denominó la “magia lenta” de la ciencia y la tecnología aplicadas a la producción agroalimentaria.
La inversión persistente en investigación agrícola condujo a la llamada Revolución Verde y al aumento significativo de la disponibilidad de alimentos, con efectos positivos en la nutrición, la productividad económica, la estabilidad social y la paz.
El Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) ha sido parte inseparable de esos esfuerzos y se ha centrado desde entonces en apoyar e irradiar el avance de la ciencia y la tecnología agrícolas.
En la década de 1960, el problema clave era generar suficientes calorías y la respuesta se centraba en unos pocos cultivos y un grupo limitado de tecnologías. Los precios de la energía eran bajos y la variabilidad climática aún no era percibida como un problema.
Ahora nos enfrentamos a retos más complejos, como la necesidad de operar con limitaciones de recursos naturales y condiciones climáticas cambiantes.
El continente americano es el principal exportador neto de alimentos del mundo y es crucial para el ciclo global del agua y el oxígeno, y como sumidero de carbono, por lo que nuestros países son anclas de la seguridad alimentaria planetaria y la sostenibilidad ambiental. Lograr que ambas funciones estén integradas requiere una comprensión profunda del funcionamiento de los procesos vitales del planeta que sustentan la vida.
Aquí entra el Proyecto de Intercomparación y Mejora de Modelos Agrícolas (AgMIP), fundado en el 2010 como una iniciativa de investigación global para mejorar la modelización de los sistemas agrícolas y alimentarios,con el objetivo de optimizar las predicciones, informar sobre las políticas y apoyar la agricultura resiliente y la gestión de recursos.
Los problemas actuales de nutrición y resiliencia exigen una producción agrícola y dietas diversificadas, en el contexto de precios más altos de la energía y mayores preocupaciones sobre los recursos naturales y la biodiversidad.
Por lo tanto, la ciencia, las tecnologías y las innovaciones necesarias son múltiples y deben ajustarse a una variedad de ecosistemas. La buena noticia es que la ciencia está demostrando tener la información, las ideas y las metodologías para ofrecer alternativas para afrontar esos desafíos.
Nuestras organizaciones tienen fortalezas complementarias para hacer ese trabajo. El IICA cuenta con una trayectoria de más de 80 años de apoyo político y técnico en todos los países de las Américas, donde interactúa con gobiernos, agricultores, universidades y los pueblos del continente; mientras que AgMIP ha desarrollado herramientas y protocolos ampliamente utilizados para realizar análisis armonizados de los sistemas agrícolas utilizando los mejores modelos disponibles.
Los desafíos actuales requieren un esfuerzo más sostenido en recursos humanos y financieros que el que permitió al planeta alcanzar los niveles actuales de seguridad alimentaria. Y como “la magia de la ciencia y la tecnología” funciona lentamente, debemos incrementar de manera concertada las inversiones necesarias en la investigación agrícola.
Trabajando juntas, nuestras organizaciones pueden ayudar a desarrollar las soluciones tecnológicas y políticas necesarias para hacer frente a los retos de alimentar a una población en crecimiento, con dietas saludables, dentro de las limitaciones climáticas y ecosistémicas, al tiempo que generan ingresos y empleo, especialmente para quienes más lo necesitan.
Manuel Otero es director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).
Cynthia Rosenzweig es climatóloga del AgMIP y la Universidad de Columbia.