
Señor presidente Chaves:
Le escribo no desde la trinchera de la oposición ni desde el cálculo político, sino desde mi responsabilidad como diputada de la República y como costarricense que ama profundamente a este país. Camino las mismas calles que la ciudadanía, escucho sus preocupaciones, comparto sus angustias, y siento –como tantos otros– que Costa Rica está viviendo una división innecesaria y dolorosa.
Le escribo desde la preocupación sincera. Desde el cansancio. Desde la convicción de que nuestro deber, como autoridades públicas, es unir y no fracturar; escuchar y no descalificar; resolver y no alimentar tensiones.
Costa Rica enfrenta problemas urgentes, señor presidente. La inseguridad golpea con fuerza a las comunidades. El costo de vida asfixia a miles de familias. El desempleo y la informalidad mantienen a demasiadas personas en la incertidumbre. Y, sin embargo, la energía del gobierno parece concentrarse, cada día más, en la confrontación, en los señalamientos y en la polarización.
Ese tono –duro, constante, excluyente– no está ayudando a resolver los problemas del país. Por el contrario, está abriendo heridas y profundizando grietas que nos costará años cerrar.
Costa Rica confió en usted. Confió aun sabiendo que había estado más de tres décadas fuera del país, lejos de nuestra cotidianidad. Confió porque aquí creemos en la buena fe. Pero hoy esa confianza se debilita, no por culpa de la crítica política, sino por la forma en que usted ha optado por relacionarse con quienes pensamos diferente: con desdén, con dureza, con una hostilidad que termina permeando toda la vida nacional.
El episodio durante la visita del presidente de Panamá fue revelador. En un acto diplomático solemne, usted volvió a instalar un tono interno de batalla, sin medir que en ese momento representaba a toda Costa Rica. Y mientras usted hablaba así, nuestro país –históricamente reconocido por su templanza y su sentido de Estado– aparecía pequeño, tenso, atrapado en una dinámica que no nos refleja.
A esto se suma la actuación de su embajadora en Estados Unidos, quien anunció una cita “con el Congreso”, cuando en realidad se trataba de un encuentro con un solo senador. Esa diferencia no es menor. Exagerar deliberadamente un acto diplomático no suma, no construye, no fortalece la confianza en nuestras instituciones. Y resulta especialmente grave si recordamos que esa misma embajadora fue, en el pasado, defensora de los Habitantes. Al prestar su rol para amplificar discursos alarmistas o narrativas de miedo, incurre en un giro ético doloroso: pasó de ser protectora de la ciudadanía a instrumento de un relato que aumenta la tensión nacional. Eso no le hace bien al país.
También inquieta profundamente ver cómo usted permanece en el centro del escenario político, pese a que en Costa Rica NO hay reelección presidencial continua. No la hay. Su periodo termina, como la Constitución lo establece, y, sin embargo, su excesivo protagonismo no disminuye. Más bien, se intensifica al impulsar abiertamente a su candidata oficialista, como si la continuidad fuese una obligación y no una decisión libre del pueblo.
Peor aún, escuchamos a un diputado oficialista afirmar que quienes no piensan como usted deberían “ir alistando las valijas”. Señor presidente: eso hiere la esencia de nuestra democracia. Eso no se dice. No se insinúa. No se tolera. Costa Rica no se construyó desde el miedo, sino desde la libertad.
No le escribo para pelear. Le escribo porque creo que todavía es posible rectificar el rumbo. Porque creo en la fuerza de nuestra institucionalidad y en la nobleza de nuestro pueblo. Pero para que esa esperanza siga viva, necesitamos menos confrontación y más sensatez; menos hostilidad y más templanza; menos ego político y más visión de país.
No renuncio –ni renunciaré jamás– a la tarea de construir puentes. Pero puentes sobre la verdad, no sobre la complacencia. Puentes sobre el respeto, no sobre la intimidación. Puentes que sirvan para avanzar, no para perpetuar dinámicas de miedo o confusión.
Como diputada, mi compromiso es con Costa Rica y con su gente. Y desde ese compromiso le pido, con firmeza y respeto, que vuelva sus ojos al país real: el que lucha, el que trabaja, el que sufre, el que quiere vivir en paz. Ese país es más grande que cualquier tensión pasajera. Y ese país necesita un liderazgo que sume, no que fracture.
Se lo escribe una representante de la ciudadanía, preocupada pero esperanzada. Porque Costa Rica todavía puede recuperar su rumbo. Y porque la historia nos enseñó que siempre, siempre, estamos a tiempo de elegir el camino de la verdad, la serenidad y la democracia. Costa Rica, incluso herida, sigue siendo capaz de levantarse… si todos ponemos de nuestra parte. Usted también.
Kattia Rivera Soto es diputada de la República.