Los costarricenses nos hemos acostumbrado a mirar nuestro entorno a través de una lupa hipercrítica: nos molestan las presas y el exceso de trámites, nos aquejan el desempleo y la desigualdad, nos frustra la falta de acceso a Internet en muchas partes del país, que ahora ha reemplazado a las aulas, entre muchos otros problemas que enfrentamos día tras día.
Entonces, muchos podrían preguntar qué hay para festejar. La respuesta es simple: mucho, pero para apreciarlo necesitamos adoptar otro punto de vista.
En 1940, el límpido azul del cielo costarricense se clavó para siempre en la mirada, la mente y el corazón de una muchacha de 22 años, originaria de Alabama, Estados Unidos: Henrietta Boggs.
Ella no es la única que se ha enamorado de esta tierra y su gente, muchos hemos conocido a algún extranjero que no se cansa de cantar alabanzas a Costa Rica.
Tiempo después de haber abandonado esta tierra, en donde vivió durante unos 10 años, doña Henrietta seguía «enamorada» de Costa Rica y siempre lo manifestó de esa manera, tanto en su libro «Casada con una leyenda, don Pepe» como en intervenciones públicas que hizo, entre ellas un TEDx a la edad de 98 años y que se puede ver en YouTube.
Durante 15 años fui profesor de un curso del bachillerato internacional de la asignatura Teoría del Conocimiento (TOK). En esa materia, tratábamos de contestar la pregunta «¿qué queremos decir cuando decimos que sabemos algo?».
Y es que el conocimiento no solo se adquiere con los cinco sentidos, ya que la perspectiva, es decir, el punto de vista y el propio ánimo y emociones del «conocedor» pueden sin duda influir en su apreciación de la «realidad».
Costa Rica tiene algo especial, podríamos llamarlo su «salsa secreta». En los años 40, según doña Henrietta, la mitad de la población del país andaba descalza y sus dentaduras dejaban mucho que desear. Era un país pobre, ocupaba el tercer lugar en producto interno bruto (PIB) per cápita en Centroamérica.
Pero algo pasó: llegaron las garantías sociales, la Caja Costarricense de Seguro Social, el voto para los afrocaribeños y mujeres, la abolición del ejército, el respeto al sufragio electoral. Se facilitó el acceso al crédito.
Nada fue perfecto, todo se presta para discusiones, pero hay algunas verdades irrefutables, por ejemplo, esta: el 20 de abril de 1948, en Ochomogo, hubo un acuerdo y un apretón de manos entre un líder comunista y el jefe de una revuelta armada.
Mientras tanto, ese mismo día, los soviéticos cerraron el paso hacia Berlín, dando comienzo a una Guerra Fría que dividió al resto del mundo en dos bandos. Todo debido a diferencias políticas.
La principal consecuencia de ese abril de 1948 en Costa Rica es que hoy contamos con un país democrático, pacífico, con una población que tiene acceso a la educación, la salud y a un estándar de vida muchas veces más alto que el de sus vecinos.
Un país que ha recibido, integrado y se ha beneficiado de las migraciones de todo color político, llegadas a raíz de los conflictos en el resto de la región.
Esto sucede bajo un límpido cielo azul que también decidió resguardar nada menos que un 25 % de su territorio como área protegida. ¿Cuál es la salsa secreta de Costa Rica? No sé exactamente cuál sea su principal ingrediente... Tal vez, la capacidad de recordar que todos navegamos en el mismo barco.
¿Cómo percibir entonces las muchas bondades y desafíos de nuestra identidad? Creo que debemos emplear más que nuestros cinco sentidos. El teatro, la música, la danza y en general las artes nos ayudarán a despertar otras maneras de llegar al conocimiento.
Como dice una de las canciones de «Henrietta, el musical», «¡que brille la patria del cuaderno y el violín!». Es el mensaje más sobresaliente que nos dejó esa macha de 22 años, cuyo testimonio llegó al escenario como una serenata a Costa Rica; un regalo creado por casi 60 artistas, entre escritores, compositores, diseñadores, bailarines, cantantes, actores y técnicos de luz, sonido y video, que podremos volver a disfrutar en marzo del 2022.
Nuestro cielo sigue siendo azul, aunque no sea el mismo. Levantemos los ojos para apreciarlo y nutrirlo. Recordemos la frase célebre que reza que «la vida no consiste en esperar que las tormentas pasen, sino en aprender a bailar bajo la lluvia».
Soplemos las velas y cantemos: ¡Feliz cumpleaños, Costa Rica!
El autor es presidente de la Asociación Cultural Teatro Espressivo.