
Recientemente, en una conversación informal, alguien se refirió a la política –la electoral y el quehacer del gobierno– como un partido de fútbol. ¿Será tan sencillo equipararlos?
Yo tengo un equipo de fútbol preferido y, claramente, me gusta que gane y me molesta que pierda. Incluso, peco cuando me alegra que pierda cierto rival. En política, también se dan sentimientos de alegría y tristeza. Pero, he aquí la diferencia: el resultado del partido de fútbol es intrascendente.
Me explico. Ganar un campeonato, salvo por el gran placer emocional y temporal que genera, no produce ningún cambio en mi vida ni en la del resto de mortales. El equipo no me paga el salario ni juego en él; la educación y la atención médica no se ven afectadas; no se altera mi edad de pensión ni se deja de construir infraestructura; no aumenta el precio del arroz ni se produce más café; no disminuye la criminalidad ni se producen más cortes eléctricos.
Con las elecciones nacionales, sucede todo lo contrario: todos los ejemplos arriba citados se ven afectados positiva o negativamente, y los impactos recaen por igual en toda la población.
Entonces, ¿cuál es la razón por la que muchos consideran la política como un partido de fútbol, cuando es todo lo contrario?
En esa conversación se dijo que en el gobierno, como en el fútbol, se fijan tácticas y estrategias, se seleccionan jugadores, se simulan faltas (se miente) y se juega con las debilidades del contrincante. Correcto, pero, de nuevo, la diferencia es abismal en cuanto a las consecuencias del resultado.
Un cambio errado en un encuentro futbolístico no se equipara con los perjuicios de un proyecto de infraestructura mal ejecutado o con la agonía que implican las listas de espera para miles de pacientes urgidos de atención médica.
El partido de fútbol distrae de los problemas mientras que la política los trata. Decir que son equivalentes puede ser incluso un mecanismo de defensa: una forma de trivializar problemas importantes sintiéndose solo un espectador y negándose a aceptar que nos inquieta sentir tal impotencia para solucionarlos.
En este asunto, la calidad de la información juega un papel muy importante y, por ende, los medios de comunicación están llamados a ser responsables. Algunos noticieros televisivos pueden dedicar muchos minutos valiosos de transmisión a fútbol, influencers y curiosidades, y relegan los temas de política y economía nacional (la cual va más allá del tipo de cambio).
Este menosprecio por los temas políticos hace que el colectivo confunda los síntomas con la enfermedad, lo accesorio con lo esencial. Y, cuando toca votar, el elector puede acudir a las urnas como si se tratara de un partido de fútbol.
Algunos medios realizan esfuerzos notables ofreciendo a la audiencia análisis profundos: entre muchos ejemplos, los vínculos de la deserción estudiantil con la criminalidad; el costo social de haber almacenado durante años miles de computadoras para uso de estudiantes; la relación entre la creciente inseguridad del país y el declive de la inversión extranjera.
Todo sugiere que le toca a la sociedad civil buscar formas de educarse, de buscar información veraz y profunda, de poder reconocer la diferencia entre lo trivial y lo trascendente. Que los padres se lo expliquen a sus hijos y que los medios sigan asumiendo su labor como un claro compromiso social.
Adolfo Lizano González es abogado e ingeniero agrónomo.