Costa Rica se ufana de ser un país verde, conservacionista, fama que comenzó a ganarse en la década de los setenta, cuando dos hombres visionarios, Álvaro Ugalde y Mario Boza (ambos de grata memoria), apoyados por valientes guardaparques, fundaron el Servicio de Parques Nacionales.
Con el tiempo, las áreas protegidas fueron creciendo hasta alcanzar el 25 % del territorio nacional. En ese momento, con merecida razón, se nos empezó a considerar líderes de la conservación en el mundo.
A finales de los años ochenta, las áreas protegidas se constituyeron en el principal imán de atracción de turistas extranjeros; el turismo creció hasta convertirse en una de las principales actividades económicas y aliado principal de la conservación de los recursos naturales.
Con el tiempo, sin embargo, los parques nacionales y reservas fueron prácticamente abandonados a su suerte, pues prevalece la idea de que los recursos naturales se cuidan solos y que ninguna actividad humana los afecta.
Se perdió la idea original de las áreas silvestres protegidas, es decir, la conservación de los recursos naturales. Hoy, me asombra oír a políticos, e inclusive a funcionarios del Sinac, decir que la función de las áreas protegidas es atraer el turismo.
En Costa Rica se maneja un doble discurso sobre los recursos naturales, pues no los consideramos esenciales para nuestra calidad de vida, sino que los vemos como bienes que se pueden cambiar según las necesidades humanas y económicas del momento.
El Dr. Daniel Janzen, reconocido ecólogo mundial, nos advirtió, hace tres años, de que “Costa Rica había perdido su energía por la conservación”. Tiene toda la razón, no hacemos lo suficiente para mantener y conservar nuestras áreas silvestres protegidas.
Todo el esfuerzo de creación y consolidación de las áreas silvestres protegidas está a punto de perderse por falta de visión política y por falta de compromiso de la mayoría de los costarricenses.
Es alarmante el estado de abandono en que se encuentran, son pocos los funcionarios que las cuidan, carecen de presupuestos adecuados, los guardaparques experimentan malas condiciones de vida, la cacería furtiva, la extracción de madera ilegal, la presión de visitación turística y el narcotráfico aumentan, entre otras situaciones.
Basta con ver lo que pasa en el Parque Nacional Manuel Antonio, donde el número máximo de turistas subió de 2.000 a 3.000 sin considerar el impacto en los recursos naturales.
Esta decisión fue validada por funcionarios del Sinac, quienes se suponen deben utilizar el conocimiento científico para defender los recursos naturales que nos pertenecen a todos, y no solo a quienes lucran con ellos. ¿Cuándo vamos a entender que el uso de los recursos naturales tiene un límite y que si se traspasa ocasiona el deterioro y la desaparición de la flora y fauna a mediano y largo plazo?
¿No sería mejor si fuéramos consecuentes en el discurso de ser un país que respeta los recursos naturales y nos convertimos en un ejemplo para el mundo sobre lo que se debe hacer para mitigar el efecto del cambio climático global y mejorar la calidad de vida del ser humano? Nuestra riqueza no está en el oro, el petróleo u otro bien material pasajero, sino en los recursos naturales.
Debemos enfocarnos en educar a las comunidades para que perciban los beneficios de las áreas silvestres. Pero hoy no se deben descuidar ni un minuto las áreas de mayor biodiversidad, muchas de las cuales están sometidas a presiones de cacería, extracción de recursos —entre estos, oro— y exceso de turistas.
Hemos hecho un gran esfuerzo para la conservación de los recursos naturales y pido, con vehemencia, que se deje el doble discurso y se asuma una posición firme por la conservación. ¡Basta de inacción, de tener una visión cortoplacista y desarrollista sobre el uso de nuestra biodiversidad!
El autor es académico jubilado, se desempeñó en el Instituto de Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional.
