El Informe Estado de la Educación revela la magnitud de la crisis educativa. Como un balde de agua fría, deja al descubierto el estado frágil del sistema y resalta las bases deterioradas del aprendizaje.
El éxito en cobertura funciona como una ilusión, que nos da la falsa sensación de cumplir con el derecho a la educación; sin embargo, persiste la desigualdad en calidad y estar en el aula no garantiza el aprendizaje de materias esenciales como la lectura y la escritura.
Las brechas perpetuadas por el propio Estado originan la disparidad en oportunidades y amenazan con socavar los pilares de la sociedad democrática. Es innegable que afrontar la crisis educativa es una cuestión apremiante e ineludible.
¿Cómo convertir la educación en un sistema de oportunidades y equidad? El primer paso es reconocer la gravedad de la crisis. El reconocimiento es más desafiante de lo que parece, porque admitirlo y asumir la responsabilidad de enfrentarlo puede sentirse, en un momento histórico de polarización, como un mea culpa que no recae en un par de hombros.
Avanzar es posible si las partes reconocen la profunda crisis y comprenden que las soluciones son complejas y requerirán tiempo y esfuerzo durante varios años. Si nos dejamos llevar por el juego de la culpa, socavaremos el espacio para articular los cambios sustanciales.
Debemos ser capaces de diseñar políticas públicas pensando a largo plazo, ya que la formación de las futuras generaciones trasciende los ciclos políticos. No hay espacio para agendas inmediatas cuando los resultados de la inversión en educación son procesos que requieren años. Esto implica madurez para construir sobre el esfuerzo ajeno, entender la educación como un trabajo colectivo y de varias administraciones.
Si queremos una transformación de fondo, un sistema educativo que funcione como plataforma de bienestar y oportunidades, necesitamos empezar a pensar en reformas sistémicas.
Es fundamental abandonar la idea de que la solución a los problemas educativos radica en la llegada de un par de personas adecuadas para liderarla. En lugar de eso, hay que reconocer que el deterioro histórico se resolverá con propuestas que traten de manera integral los desafíos y las deficiencias arraigadas.
Como señala el Estado de la Educación, el país necesita reformas en evaluación, en la gestión de la educación y la modernización de la docencia, desde la formación inicial hasta la transformación de la carrera en una profesión moderna, con enfoque en la mejora continua y un sistema administrativo que funcione como apoyo.
Las únicas reformas educativas exitosas en el mundo son las participativas. No existen reformas sustanciales en el sistema educativo sin la participación activa de todos los actores que conforman el ecosistema.
Para transformar el sistema de educación, se necesita la perspectiva de docentes, estudiantes, directores, personal administrativo, comunidad y de la Asamblea Legislativa. La participación colaborativa de estos grupos es esencial para garantizar que las reformas sean adecuadas, relevantes y sostenibles a largo plazo, lo que lleva a mejoras genuinas y equitativas en la calidad de la educación.
Un punto de partida es la evaluación. La transparencia y la información precisa y constante son fundamentales para abordar problemas complejos en educación porque proporcionan la base para la toma de decisiones informadas y la evaluación de políticas y prácticas educativas.
En un sistema en el que interactúan desde estudiantes hasta administradores regionales, la disponibilidad de datos permite identificar problemas, medir el progreso y ajustar estrategias. La transparencia fomenta la rendición de cuentas y la participación ciudadana, lo que a su vez promueve una mayor responsabilidad en la gestión de los recursos y la calidad de la educación, aspectos esenciales para abordar los desafíos complejos que enfrenta el sistema educativo.
La crisis educativa no es insuperable. Como sociedad, tenemos la capacidad de plantear los cambios para transformar el sistema en una plataforma para el desarrollo, donde las desigualdades socioeconómicas se reduzcan.
Caminemos hacia un sistema de educación en el que las capacidades de cada estudiante se desarrollen, su talento se celebre y su vida se llene de oportunidades. Así, construiremos una base sólida para un futuro de bienestar y prosperidad.
Andrea González Yamuni es máster en Políticas Públicas, Género y Desigualdad por la London School of Economics. Se desempeña como directora ejecutiva de la Fundación Yamuni Tabush.