En el curso de la vida hay momentos críticos que tienen un significativo y decisivo impacto sobre los seres humanos. Si consideramos el momento en que se dan los cambios biopsicosociales más significativos y acelerados, este periodo se enmarca en las primeras 1.300 semanas de vida, es decir, que se extendería desde la concepción hasta los 24 años, cuando se completa la maduración cerebral.
Si bien todo ese periodo es de importancia, dos momentos son críticos: los primeros 1.000 días de vida —desde la concepción hasta los dos años—, y la adolescencia —de los 10 a los 20 años—. La evidencia científica acumulada muestra que los primeros 1.000 días son cruciales para alcanzar el mejor desarrollo y una salud a largo plazo, y constituyen un periodo estratégico en términos de prevención y salud pública.
Por ejemplo, la nutrición durante las etapas tempranas es capaz de modular el crecimiento y el desarrollo funcional del organismo, al tiempo que puede ocasionar una programación metabólica precoz que perdure a lo largo de la vida, o bien, las alteraciones de la colonización bacteriana del tracto gastrointestinal pueden aumentar el riesgo de enfermedades en edades posteriores, por lo que una microbiota intestinal saludable favorecerá la función y el desarrollo del sistema inmune.
Sin embargo, la tarea no termina ahí, ya que el proceso de crecimiento y desarrollo continúa y, particularmente, en el periodo de la adolescencia se dan grandes cambios en todas las esferas del ser humano, que hacen que su cuido sea también prioritario. Desgraciadamente, es un periodo durante el cual, se reducen las intervenciones preventivas y de atención temprana, lo que está impactando negativamente en la calidad de vida, a pesar de que podrían haberse dado los mejores primeros 1.000 días.
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(Shutterstock)
Adolescencia. Sin la menor duda, la adolescencia es la segunda gran ventana de oportunidad para establecer adolescentes y adultos saludables, independientes y socialmente adaptados, funciones que se inician en la infancia pero que se completan y fijan en esa etapa de la vida.
En la adolescencia son tantos y acelerados los cambios en las esferas biopsicosocial y espiritual, que se podría pensar que la posibilidad de que algo salga mal es muy elevada; no obstante, en la gran mayoría de los casos, ocurren aceptablemente.
La pubertad, por citar un caso, es controlada y regulada por un complejo entramado hormonal en que interviene fundamentalmente el eje hipotálamo-hipófisis-gónadas. Lo anterior produce una aceleración del crecimiento, cambios en la composición corporal y la maduración sexual.
Desde el punto de vista psicosocial, los cambios son una progresiva autonomía e independencia, aceptación de su imagen corporal, establecimiento de relaciones con amigos y pareja, establecimiento de su orientación sexual, vocacional y código de valores.
Maduración cerebral. Como parte de este proceso se da una progresiva maduración cerebral, caracterizada por una transformación de la red neuronal. Aumenta la mielinización, o sea, el recubrimiento alrededor de las conexiones neuronales que permite una mayor sincronización y un aumenta en la velocidad de la comunicación cerebral.
El desarrollo de la corteza cerebral finaliza en el lóbulo frontal. Dentro de ese lóbulo se encuentra la corteza prefrontal, en la cual se alojan las áreas cerebrales más relevantes involucradas en las funciones ejecutivas: anticipación y desarrollo de la atención, control de impulsos y auto-regulación, y planificación y selección de forma efectiva de estrategias para resolver problemas.
Además, durante la adolescencia, las regiones límbicas (emociones) se encuentran en proceso de autorregulación.
Todo este proceso requiere como primera condición un entorno protector y de acompañamiento, que se ve amenazado por las enormes falencias y distorsiones que como sociedad hemos generado y que limitan todo el potencial para un desarrollo saludable.
Ejemplos sobran. Un apagón educativo, que como bien lo dice el Informe del Estado de la Educación 2021, se gestó antes y se agudizó en la pandemia. El abandono en el seguimiento y vigilancia del proceso de crecimiento y desarrollo. El abandono en la atención temprana de problemáticas de adolescentes, al debilitarse, al punto del exterminio, el Programa de Adolescentes de la CCSS. La desprotección y desatención de adolescentes en vulnerabilidad psicosocial. El incremento de jóvenes menores de 25 años como victimarios y víctimas de homicidios y suicidios. El involucramiento en el narcotráfico. El aumento de enfermedades no transmisibles (ENT) como obesidad, diabetes, males cardiovasculares y pulmonares, cáncer y adicciones.
Seguir desatendiendo esta realidad es insostenible y ningún país podrá salir adelante abandonando a sus adolescentes y jóvenes.
El autor es médico pediatra.