Dos accidentes de tránsito barrieron de la memoria de Michelle Philpots todas sus experiencias posteriores a 1994.
En 1997 se casó con Ian Philpots, pero no lo sabe. Desde entonces, el marido intenta guiarla por el desierto de una vida en la cual todo ocurre por primera vez. A diario debe explicarle quién es él, qué hace junto a ella en una casa llena de papelitos adhesivos que buscan mantener frescas algunas tareas del día. “Sin las notas, estaría perdida”, ha dicho ella.
En esas cinco palabras de la británica se cruzan la realidad y la ficción literaria, a veces tan semejantes.
Cuando Rebeca Montiel entra en Cien años de soledad, una india advierte de que la joven porta la peste del insomnio. Quienes la contraen se ven privados del sueño y encima empiezan a padecer amnesia. José Arcadio Buendía cree haber encontrado un paliativo contra el mal y escribe en papeles los nombres de las cosas y para qué sirven. Luego, como Ian Philpots con su esposa, los pega en los objetos.

El reverso de las dos situaciones anteriores lo encontramos en Funes el memorioso, el cuento de Borges. A Ireneo Funes también le trastocó la memoria un accidente, pero en su caso fue la caída de un caballo y su tragedia no estuvo en olvidar nada, sino en recordarlo todo, incluso detalles insignificantes de hechos superficiales. “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”.
El cuento nació una noche de insomnio, pesadilla que Borges enfrentó con frecuencia. Durante las horas en que la falta de sueño nos impide acurrucarnos, llegan a la memoria, como una tropa de bestias cimarronas, pensamientos de diferentes pesos y tamaños. Uno le abre la puerta al otro y este al otro, en un caos de los mil demonios, mientras sabemos, impotentes, que afuera avanza la luz y que el día nos agarrará con la cabeza turbia, como arrastrada por un pedrero.
En una entrevista muy posterior a Funes el memorioso, Borges reveló que después del cuento, el insomnio dejó de visitarlo y pudo al fin dormir, o sea, olvidarse incluso de sí mismo. En las personas sanas ese saludable y pasajero olvido dura seis o siete horas y es tan necesario como la brújula de los recuerdos.
En la memoria enraíza nuestra existencia. Allí sigue el escolar haciendo que escribe con un mapa de Costa Rica a su espalda, el abuelo narrando cómo volvió vivo de la Guerra de Coto, las campanas doblando por la abuela, la boda del amigo, el nacimiento de los sobrinos-nietos, la historia que seguimos a lo largo de un libro.
En el artículo La vejez juvenil de Luis Buñuel, Gabriel García Márquez escribió sobre la autobiografía del director de cine, que en la obra contaba cómo su mamá perdió la memoria durante sus últimos años. No reconocía a los hijos, olvidó sus nombres y leía muchas veces la misma revista, con el mismo placer, porque le parecía nueva.
El escritor colombiano se preguntaba si la madre de Buñuel era consciente de su desgracia, lo que, sin duda, la agravaba, pero en el artículo no hallamos la respuesta.
“Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque solo sea a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye nuestra vida”, escribió García Márquez citando al cineasta.
Porque lo sabemos imposible, no tememos llegar a recordarlo todo. Estamos a salvo de semejante peligro. Ninguno de nosotros atravesará el purgatorio de recordar la hora exacta en que fuimos al supermercado hace cinco meses, cómo se llamaba la cajera que nos atendió, su ropa, los precios de cada producto, su fecha de caducidad, la cantidad de pejibayes apiñados en cada racimo, el número de manchas de los cinco perros que vimos por la calle, la placa del bus en la avenida.
Vamos, como equilibristas, por una cuerda a la que sostienen la memoria y el olvido. La ecuación de nuestros días parece simple, aunque es compleja: los recuerdos nos proporcionan un sitio en el tiempo y estar en el tiempo es estar vivo. Somos ríos a los que se traga el sueño. La fortuna nos acompaña si conseguimos brotar horas después con la memoria en su cauce y sin tropiezos.
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Ovidio Muñoz Corrales es periodista.
