En el siglo pasado, era común escuchar que el mejor ministro de Hacienda era una buena cosecha de café, dada la alta dependencia de la economía de ese producto. Hoy, el sector agrícola, incluidas la silvicultura y la pesca, representan el 4,5% del producto interno bruto. Esta diversificación de la economía no es casualidad.
El 13 de diciembre de 1960 se constituyó el Mercado Común Centroamericano, del cual Costa Rica es signataria y la región sigue siendo uno de nuestros principales mercados de exportación, con 43 millones de habitantes. Con el paso de los años, el país ha promovido una ambiciosa agenda de apertura comercial más allá del Istmo, con obvios beneficios sociales y económicos, en vista de su limitado mercado de apenas 5,5 millones de habitantes.
Durante más de seis décadas, Costa Rica ha logrado firmar tratados de libre comercio con las economías más influyentes del mundo, como Estados Unidos, China y la Unión Europea, por citar algunos de los acuerdos vigentes. Hoy, 9 de cada 10 empleos creados en los últimos cinco años provienen de empresas venidas al país mediante un bien estructurado proceso de atracción de inversiones liderado por Cinde, el Ministerio de Comercio Exterior y Procomer.
Hay un sinnúmero de variables que hacen del país un destino atractivo, pero la posibilidad de exportar mediante esos acuerdos de libre comercio hacia las economías más grandes del mundo, sin tarifas arancelarias, es trascendental. Una economía cerrada habría tenido desastrosas consecuencias para la diversificación y el crecimiento económico, la creación de empleo de alta calidad, el ingreso de divisas para evitar presiones en el tipo de cambio y las contribuciones a la seguridad social, por citar algunos obvios beneficios de la apertura.
Pero la apertura perdió, en las administraciones Solís y Alvarado, el impulso necesario para concluir la incorporación a la Alianza del Pacífico, cuyo proceso comenzó el gobierno de Laura Chinchilla. Colombia, Chile, Perú y México son parte de ese significativo acuerdo, y todos están en abierta competencia con Costa Rica por la atracción de inversión extranjera.
La Alianza es la octava economía más grande del mundo. En América Latina y el Caribe, representa el 38% del producto interno bruto, el 50% del intercambio comercial y el 45% de la inversión extranjera directa. Costa Rica podría continuar por el largo camino de la firma de acuerdos bilaterales o aprovechar la Alianza para facilitar y acelerar el acceso a innumerables mercados con los cuales todavía no tenemos convenios de libre comercio, dado el marcado interés en la Alianza de muchos países de Asia y Oceanía.
Urge apurar el paso y recuperar ocho años de rezago causado por obvios prejuicios ideológicos. Decisiones como esas tienen efectos a largo plazo, y Costa Rica no puede darse el lujo de perder competitividad frente a otros países de la región. Hay nuevas oportunidades en el mundo a consecuencia del reacomodo de las cadenas de abastecimiento por la guerra comercial chino-estadounidense y otros factores.
El país ha demostrado ser un destino atractivo y confiable. Mantener los beneficios de las zonas francas, como ha manifestado el presidente Chaves, eliminar las desventuras del proteccionismo mediante barreras no arancelarias y apresurar el ingreso a la Alianza es volver a la tradicional agenda de apertura comercial que ha trascendido múltiples administraciones. Un sector agrícola eficiente y competitivo es clave para el desarrollo del país y también para nutrir las exportaciones, pero la tarea de expandir nuestra oferta no tiene fin.