La Planta de Tratamiento de Aguas Residuales Los Tajos, ubicada en La Uruca, impide el desecho diario de diez toneladas de materia fecal, grasas y aguas jabonosas en los ríos donde van a parar aguas residuales de San José, Curridabat, Tibás, Goicoechea, Montes de Oca y Moravia.
La magnífica noticia debería constituirse en acicate para culminar el Programa de Agua Potable y Saneamiento (PAPS) previsto para tratar las aguas de cinco cantones más.
La planta procesa unos 56 millones de litros de agua al día, pero el proyecto de interconexión de tuberías está pensado para dar servicio a más de 1.070.000 habitantes de 11 cantones, y está a tres cuartas partes de su ejecución total.
El freno, como suele ocurrir en el desarrollo de obras públicas, se relaciona con la falta de consideración de los imprevistos. El costo total pasó de $250 millones a $600 millones, y al final el proyecto estuvo a punto de la parálisis por $140 millones.
No obstante, el Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA) actualizó el presupuesto general y ahora estima el costo final en $506 millones.
Un préstamo tramitado con el Banco Nacional para responder al supuesto faltante de $140 millones será utilizado para obras relacionadas pero todavía no licitadas, dice Gabriel Naranjo, subgerente del proyecto. La conclusión del trabajo está prevista para el 2024.
“El avance general de todo el proyecto supera el 76% y ahora los trabajos se centran en la instalación de las tuberías principales y nuevas conexiones en sitios donde no existía red de alcantarillado sanitario, así como recuperación de tuberías existentes para conectar con Los Tajos”, añadió.
La planta de tratamiento está lista, desde hace años, para recibir las aguas residuales consideradas en el plan inicial. También están en su lugar buena parte de las tuberías necesarias. Sin embargo, Los Tajos operó durante años al 16% de capacidad.
La planta fue construida con apoyo financiero de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) y su inoperancia constituía un desperdicio de valiosa cooperación internacional.
La parálisis del proyecto no ocurrió al grado temido hace apenas un año, cuando la presidencia del AyA informó del faltante de fondos y, pese a los retrasos, los encargados tienen confianza en la posibilidad de concluirlo en la nueva fecha fijada.
Es una muy buena noticia, no solo por la urgencia de tratar la mayor cantidad posible de aguas residuales, sino también por los previsibles daños a la infraestructura no utilizada y el encarecimiento todavía mayor de las obras, cuyo costo será de todas formas el doble de lo presupuestado al principio.
Los Tajos y la infraestructura necesaria para alimentar la planta son tan solo un primer paso para solucionar uno de los retos ambientales más apremiantes del país.
Los 361 kilómetros de tuberías, redes secundarias, colectores y redes de aguas negras salvarán de una parte de la contaminación a los ríos de la Gran Área Metropolitana, cuyos caudales contribuyen a crear una de las cuencas más contaminadas de Centroamérica: la del río Tárcoles.
Esa cuenca hidrográfica abarca 2.121 kilómetros cuadrados. La conclusión de las obras de recolección y tratamiento no resolverá el problema, pero será un significativo avance. Contribuirá, además, a recuperar los ríos de la capital y, con ellos, un elemento significativo para la calidad de vida en la ciudad.
La planta Los Tajos es un progreso trascendental. Falta mucho por hacer y ojalá las lecciones aprendidas en la ejecución del proyecto sirvan para agilizar otros en el porvenir.
Imprevistos como las diferencias en los tipos de pavimentos y grosores del asfalto, conexiones ilegales, piedras y tanques sépticos bajo la vía pública no deben representar peligro para instalaciones futuras. Ahora son factores conocidos y es posible anticiparse.