La elección de Gustavo Petro como primer presidente izquierdista en la historia de Colombia augura un profundo cambio de rumbo político, económico y social en el país.
Aún abundan las interrogantes sobre la profundidad, dirección y resultados que tendrá. A la vez, sin embargo, su triunfo refleja una certeza: la fortaleza de la democracia y las instituciones colombianas, que han logrado mantenerse y hasta reforzarse, a pesar de tantas dificultades, tensiones y violencia acumuladas durante décadas.
Esto último explica que, tres décadas después de deponer sus armas, durante las cuales ha participado activamente en política —como alcalde de Bogotá, legislador nacional y tres veces candidato presidencial—, este exguerrillero celebrara su triunfo, el domingo, con un discurso en el que expuso como ejemplo de paz que alguien como él “pueda ser presidente o alguien como Francia (Márquez, su compañera de fórmula afrodescendiente) pueda ser vicepresidenta”.
Petro también reconoció que su victoria, con el 50,44% de los votos, frente al 47,4% de su contendiente, el populista Rodolfo Hernández, implica que existen “dos Colombias” y que debe gobernar para ambas.
Cómo lo hará es la duda que se mantiene. Por el momento, sus manifestaciones son tranquilizadoras y realistas, y se alejan de la beligerancia ideológica y las veleidades prochavistas de pocos años atrás.
Como parte de una evolución discursiva durante la cual ha moderado sus propuestas más radicales —y hasta absurdas—, el domingo Petro rechazó explícitamente el sectarismo, pidió superar el odio, renunció a las persecuciones políticas o judiciales de sus opositores y propuso el diálogo como forma de llegar a un “gran acuerdo nacional”.
Además de rechazar las posibilidades de ataques a la propiedad privada, se comprometió a “desarrollar el capitalismo en Colombia” para superar “la premodernidad” y “el feudalismo”, y evolucionar de una “economía extractivista” a otra productiva.
“Solo sobre la base de crecer económicamente, de producir, es que podremos, entonces, redistribuir”, afirmó, en lo que podría tomarse como un pedido de paciencia a los sectores que propugnan cambios más radicales y rápidos.
Son todos propósitos que tranquilizan, y a ellos se añaden loables compromisos con la protección ambiental, la equidad de género y el combate de la desigualdad.
La verdadera prueba de su gobierno, sin embargo, estará en cómo convertir esas y otras buenas intenciones en realizaciones concretas y en cómo dar contenido económico a promesas tan poco realistas, como eliminar el desempleo, algo imposible a menos que el Estado —con limitadísimos recursos— se convierta en el gran empleador del país, o introducir la educación superior gratuita para todos, sumamente difícil de lograr con responsabilidad académica y fiscal.
Balancear las múltiples necesidades existentes y expectativas creadas con las reales posibilidades de canalizarlas será un reto enorme. De ahí la importancia del realismo, no solo para entender que sin mayor riqueza no puede haber mucha más distribución, sino también para trabajar con otras fuerzas políticas.
Su partido, el Pacto Histórico, aunque es, junto con el Conservador, la primera fuerza en el Senado, apenas cuenta con 16 de 108 escaños, mientras en la Cámara de Representantes solo tiene 25 de las 188 curules. Se trata de una matemática legislativa demoledora, que le impondrá frenos, a la vez que lo obligará a canalizar el diálogo en un sentido político práctico. No en balde ya ha entrado en un ejercicio de contención de expectativas, que deberá incluir las de muchos aliados poco pacientes.
Es un hecho que los colombianos exigen cambios. De ello fueron evidencia los resultados tanto de la primera como de la segunda ronda electoral. Es un hecho también que el sistema político, en su conformación tradicional, está quebrado, como lo es que las desigualdades, la exclusión y la violencia exigen profundas transformaciones sociales y económicas para ser superadas.
Son tareas ineludibles, pero también monumentales. Para acometerlas con éxito, debe construirse en los logros existentes, sobre la base de propuestas sólidas y en el marco de la institucionalidad en que se produjo su triunfo.
Si en la tarea que tiene por delante Petro sigue las líneas de su discurso del triunfo y despliega adecuada habilidad política, capacidad de negociación, responsabilidad y liderazgo, el avance será posible. De lo contrario, el desencanto surgirá muy pronto y el ímpetu de cambio podrá ahogarse en la inestabilidad.