
La Municipalidad de Curridabat intenta limitar el uso de pólvora sonora en las actividades de fin de año y las festividades cantonales. Propone sustituirla por medios tecnológicos como los láseres y drones capaces de iluminar el cielo sin contaminación de ningún tipo y, sobre todo, sin riesgo para las personas y los animales.
La principal motivación del acuerdo son los efectos nocivos de la pólvora sonora sobre las personas con trastorno del espectro autista (TEA) y trastorno generalizado del desarrollo (TGD), además de los fetos, adultos mayores, enfermos cardíacos, personas con discapacidades cognitivas o neurológicas y sensibilidad auditiva, entre otros. El Concejo también consideró el daño causado por el estruendo y los estallidos de luz a los animales, especialmente los domésticos.
Todos los efectos negativos están documentados y las condiciones que hacen a las personas vulnerables son tan comunes que difícilmente habrá un cantón donde nadie sea perjudicado. Frente a la evidencia, solo se interpone la tradición, porque no hay motivos de utilidad para sustentar la práctica. En esas circunstancias, la racionalidad de la decisión municipal es indiscutible.
Pero hay otras consecuencias de los tradicionales festejos con pólvora. Minutos después de la bienvenida al año nuevo, los médicos de emergencias del Hospital Nacional de Niños atendieron a un paciente de dos años con quemaduras en la cara y las manos y otro de siete años con lesiones en los muslos y el área genital. El primero fue víctima de una bengala y el segundo, del estallido de un cachiflín.
Ambos pasaron de la algarabía de una fiesta familiar al internamiento en el centro médico, de donde surgen clamores, todos los fines de año, por poner fin a la nociva tradición de la pólvora, especialmente la ilegal, comprada sin mucho esfuerzo en cualquier barrio de nuestro país. La relación entre los grandes despliegues de pólvora festiva y los accidentes caseros es innegable. Si insistimos en asociar las festividades con el estruendo y el relampagueo, es difícil explicar por qué es inconveniente emular la práctica en escala hogareña.
Los decomisos de pólvora ilícita son frecuentes y su contrabando desde Nicaragua es intenso, sobre todo, cuando se aproximan las fechas festivas. En la primera semana de diciembre, las autoridades decomisaron 2.000 bombetas y cuartos de dinamita en Aguas Claras de Upala. En días previos, se habían incautado de otros tres embarques y muchos otros pasan sin ser detectados.
El país ha conseguido significativos avances en la prevención de los accidentes con pólvora, en buena medida a través de campañas informativas orientadas a restringir el uso y también por medio de la prohibición de los artefactos más peligrosos. La tradición, si es nociva, no debe imponerse y la modificación de la conducta es perfectamente posible, como se ha venido demostrando.
El Concejo de Curridabat puso en marcha un proceso de información, sensibilización y educación basado en el eslogan “Más luces en el cielo, más espíritu navideño”, que apunta a la sustitución de la pólvora por los recursos tecnológicos citados. Es un ejemplo para otras municipalidades.
No faltará quien lo considere una locura, pero si la tradición es argumento, vale detenerse en el caso de China, inventora de los fuegos artificiales durante la dinastía Tang, alrededor del año 650. Nadie puede alegar una práctica más antigua, pero grandes ciudades de ese país, incluida Pekín, decidieron poner fin a la pirotecnia o imponer estrictos límites.