El 30 de junio del pasado año, luego de que los senadores republicanos bloquearon el establecimiento de una comisión bipartidista independiente para investigar el asalto contra el Capitolio, ocurrido el 6 de enero previo, la Cámara de Representantes decidió formar un comité especial para emprender la tarea.
Esta vez dos representantes republicanos —Liz Cheney, de Wyoming, y Adam Kinzinger, de Illinois— dieron sus votos y, además, se incorporaron como miembros activos del grupo investigador.
La principal tarea encomendada por la resolución que lo echó a andar fue indagar en “los hechos, circunstancias y causas relacionados” con ese “asalto terrorista doméstico”, así como el papel de Donald Trump y una serie de colaboradores, para que este se mantuviera en la presidencia a pesar de la clara derrota electoral sufrida ante Joe Biden.
En cumplimiento de ese mandato, la labor llevada a cabo desde entonces por el comité ha sido ejemplar, por su seriedad, pulcritud, amplitud y profundidad. Gracias a centenares de comparecencias y miles de documentos consultados, los hallazgos han sido múltiples.
El resultado final será un informe escrito, por publicarse en setiembre, que resumirá el proceso y conclusiones, formulará recomendaciones e, incluso, podrá incluir propuestas de legislación para que hechos como el investigado no vuelvan a producirse.
Aunque el grupo no tiene capacidad para emprender persecuciones penales, sus transcripciones, análisis y pruebas serán compartidos con el Departamento de Justicia, que sí goza de esa autoridad.
Entretanto, el comité comenzó el jueves 9 de este mes una serie de audiencias públicas para divulgar los elementos más sobresalientes de su labor. Las tres realizadas hasta ahora han puesto en evidencia lo que ya sabíamos, pero no había sido documentado con tanta claridad y dramatismo: la existencia de una perversa conspiración orquestada por Trump desde antes de las elecciones de noviembre del 2020 para negarse a aceptar su eventual derrota y hacer todo lo posible por impedir que se certificara el triunfo de Biden, que finalmente se produjo de manera contundente.
Testimonios verbales y escritos de personas integrantes de su círculo íntimo —incluida su hija Ivanka—, asesores de confianza, consejeros legales y funcionarios de alto nivel hasta ahora han revelado una serie de detalles que documentan, fuera de toda duda, la intención de doblegar el proceso democrático estadounidense y valerse de triquiñuelas y violencia para que Trump siguiera en el poder. Entre las revelaciones están las siguientes:
- A pesar de reiteradas advertencias, incluso de sus más cercanos asesores, de que su derrota era incontrovertible y de que su gran mentira sobre un fraude no tenía base alguna, el entonces presidente persistió en mantenerla.
- A sabiendas de que el vicepresidente Mike Pence no podía frenar ese 6 de enero la certificación del triunfo de Biden por parte del Congreso, Trump lo presionó, de manera directa e indirecta, para que frenara el proceso.
- Enfrentado al rechazo de Pence ante su presión, alentó a las turbas para que procedieran al asalto y celebró sus consignas de “colgar” a su vicepresidente.
- Hasta los consejeros legales que diseñaron artilugios argumentales para dar visos de legitimidad a un eventual freno a la certificación de la votación favorable para Biden declararon con posterioridad que tenían serias dudas sobre su solidez, y hasta hablaron de gestionar perdones presidenciales por sus actos.
Las próximas sesiones generarán muchas más revelaciones. Sin embargo, las citadas bastan para aquilatar la magnitud de la trama y quizá abran el camino para un eventual procesamiento penal contra Trump. Se trató, simple y crudamente, de un intento deliberado, construido desde la Casa Blanca, para desconocer la voluntad del pueblo estadounidense y, de este modo, violentar el principio más sagrado de su estructura democrática.
A pesar de tantas evidencias, el Partido Republicano se ha dedicado a atacar el proceso de investigación, sus principales dirigentes se han plegado a las mentiras y presiones de Trump, y existe la fuerte posibilidad de que se presente como candidato presidencial para las elecciones del 2024. Razón de más para estar preocupados por el futuro de la democracia estadounidense y esperar que la tarea del comité haga despertar al electorado.
