El excandidato y reconocido dirigente liberacionista Antonio Álvarez Desanti destacó la pureza de los comicios del 3 de abril con un argumento irrefutable: los derrotados, en cuyas filas milita, no tienen la menor queja. “A las 8:10 teníamos presidente electo y nadie dudó del resultado”, afirmó.
Tiene razón el veterano político. La aceptación de los vencidos es la demostración más contundente de la eficacia del sistema electoral y el mejor homenaje a la labor del Tribunal Supremo de Elecciones, institución fundamental de la paz social en Costa Rica a lo largo de más de siete décadas.
Los comicios del domingo fueron ejemplares, como el resto de los procesos electorales desde la creación del TSE como cuarto poder de la República, con infranqueables salvaguardas para su independencia y los medios necesarios para organizar las votaciones con garantía de libre expresión de la voluntad popular.
Con cada elección, el Tribunal acrecienta la credibilidad depositada en él por los ciudadanos. Esa es la fuente primigenia de su legitimidad. Los estudios de opinión fluctúan en las valoraciones de diversas instituciones y hasta en el apego a los valores de la democracia. En algunos asoma la inclinación de una parte de la sociedad hacia el autoritarismo, aunque en porcentajes pequeños en comparación con otros países. Sin embargo, el prestigio del TSE es una constante.
Esa bien ganada reputación también resiste el examen de organismos internacionales muy calificados. El país abre puertas y ventanas a los observadores internacionales y logra altas calificaciones de entidades académicas, como el International Institute for Democracy & Electoral Assistance, con sede en Suecia, que clasifica la calidad de nuestros procesos electorales en el cuarto lugar de 165 países estudiados.
Según encuestas recientes del Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica, el 67% de los votantes deposita un alto grado de confianza en la organización y fiscalización de las elecciones. La labor del TSE produce comicios “muy confiables”, dice la holgada mayoría.
Hay un 27% de personas para quienes los comicios son “poco confiables” y un 5% que no confía del todo. Es una minoría importante y la aceptación de los vencidos debe ser, para ellos, especialmente aleccionadora.
La unanimidad es imposible y hay personas dispuestas a creer en las teorías más extrañas, pero no todos los incrédulos se resisten a escuchar razones. Por eso, el testimonio de aceptación de los vencidos tiene un valor inestimable.
Algunos lo olvidaron, aunque sea brevemente, en la primera década de este siglo, cuando se produjeron resultados muy parejos en un par de votaciones.
Cuidadosos exámenes conducidos después de esos procesos confirmaron su integridad, pero siempre es mejor fortalecer la confianza con la aceptación de los vencidos.
Hoy somos testigos del daño causado a una antigua y ejemplar democracia por la resistencia de un sector a reconocer su derrota. Estados Unidos vive años de división y violencia. Mientras tanto, los costarricenses de todos los partidos y preferencias podemos reunirnos en torno a nuestras instituciones.
El mérito no puede ser atribuido, exclusivamente, a la armazón constitucional y legal del Tribunal. La impoluta gestión de los magistrados, funcionarios administrativos y delegados traduce a la práctica los buenos propósitos del marco jurídico.
Al esfuerzo se suma la ciudadanía misma, de donde salen miles de fiscales de mesa para coadyuvar en la supervisión. Las elecciones son un esfuerzo nacional y también un legítimo motivo de orgullo.