A estas alturas del siglo XXI, en plena cuarta revolución industrial, la pandemia de la covid-19 nos despertó a la realidad de nuestro atraso tecnológico. Rara vez se dice con claridad, como no sea para impulsar un proyecto u otro, pero Costa Rica está rezagada en adopción y utilización de las nuevas tecnologías, vitales para la competitividad y el desarrollo.
El país dispone del talento requerido para exportar «software» y la penetración de la Internet y los dispositivos necesarios para aprovecharla, especialmente los teléfonos, es sobresaliente entre naciones comparables. El desarrollo de redes 5G es una tarea pendiente, mas no es la única. Las limitaciones de conectividad, por geografía y condición socioeconómica, son evidentes, y también la falta de destrezas digitales en sectores vitales, como los educadores.
No basta con tener ingenieros diestros en el desarrollo de «software» si carecemos de un cuerpo docente con los conocimientos necesarios para aplicar las nuevas tecnologías al proceso educativo. No se trata, en su caso, de desarrollar capacidades de programadores, sino de entender la utilidad de la digitalización para la enseñanza y saber cómo aprovecharla.
La pandemia puso de relieve las dificultades de conectividad, pero también vertió luz sobre la falta de adiestramiento de los educadores. La tecnología debió ser la protagonista, pero ha sido la gran ausente en las clases a distancia durante la pandemia, señaló, en síntesis, un reciente reportaje de «La Nación».
«El panorama general de las competencias digitales docentes en el sistema educativo público de Costa Rica es ampliamente deficitario», dice el «VIII informe estado de la educación», publicado en setiembre. Seis de cada diez docentes, revela el prestigioso informe, carecen de preparación para impartir cursos virtuales. La deficiencia es más notable en preescolar, primaria y educación especial.
Solo el 24 % de los educadores de preescolar dijo confiar en sus capacidades informáticas y otro 22 % reconoció tener una formación intermedia. En primaria, las cifras son un 35 y un 7 %, respectivamente. En educación especial, el 25 % declaró estar preparado y el 20 % reporta habilidades intermedias. Los profesores de secundaria rompen el molde, con un 60 % autocalificado como intermedio y un 15 %, como preparado.
A la falta de capacitación se suman las limitaciones de conectividad de los alumnos, no de los docentes, que afirman contar, en su gran mayoría, con conexiones estables. El resultado se expresa en otro hallazgo del «VIII informe estado de la educación»: cientos de miles de alumnos permanecen en el sistema educativo, pero no están aprendiendo.
Los augurios no son buenos para la educación costarricense, vistos los recortes de gasto propuestos en todos los ámbitos del Estado, incluido el ministerio del ramo. En pocas instituciones es tan necesaria la buena gestión de los recursos. En el sistema educativo hay mucho desperdicio, desde los precios abusivos pagados por alimentos al Consejo Nacional de Producción hasta las matrículas infladas para incrementar los ingresos de directores de escuelas y colegios, sin dejar de mencionar la mala gestión de la flotilla vehicular y la pretensión de abrir 4.000 plazas nuevas para las cocineras de los comedores escolares. Esos excesos nunca debieron darse y deben cesar, con más razón, en circunstancias de estrechez económica. No obstante, también es cierto que en pocas instituciones es más necesaria la prudencia al recortar gastos.
La falta de preparación demostrada por la pandemia exige inversión en capacitación y equipo. El futuro próximo también la demanda. Hay iniciativas en discusión para enfrentar la brecha digital. La lentitud es exasperante, pero al menos existen los primeros pasos y hay capital disponible. El desarrollo de los recursos humanos no es menos importante.