El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), integrado por 270 especialistas de 67 países, publicó el lunes su último informe que, como los anteriores, tiene tono de advertencia sin disimular un grado de frustración por la indiferencia de demasiados gobiernos ante la pendiente catástrofe.
En síntesis, el informe señala daños más graves y extendidos que las estimaciones previas y los autores temen ver sobrepasados, en poco tiempo, los esfuerzos de adaptación y mitigación. Las peores consecuencias serán para los países pobres, con poca culpa por la acumulación de gases de efecto invernadero, pero con menos recursos para hacer frente a los resultados.
El cambio climático es la máxima injusticia, dijo a The New York Times Ani Dasgupta, líder de un destacado grupo ambientalista. Los países pobres son los menos responsables de causar el desequilibrio; sin embargo, a sus terribles penurias se han venido sumando sequías, inundaciones, proliferación de insectos —como el Aedes aegypti, portador del dengue y otras enfermedades—, pérdida de tierras cultivables y huracanes.
Para verificar los daños no es necesario ver más allá del Istmo. El Corredor Seco Centroamericano se extiende desde Chiapas, al sur de México, hasta el noroeste de Costa Rica. Recorre 1.600 kilómetros pegado a las costas del Pacífico y en algunos tramos alcanza 400 kilómetros de ancho. Durante más de dos décadas, ha sufrido el embate del cambio climático con largas sequías y súbitos temporales.
En esas condiciones, es muy difícil lograr una cosecha. Por eso, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) considera a gran parte de la población de la zona “al borde de la hambruna”. La segunda consecuencia, advertida en todo el mundo, es la migración. En toda Centroamérica, pero especialmente en Honduras, el daño a la producción agrícola obliga a los trabajadores del campo a abandonar sus tierras para buscar sustento en otros países.
En el 2019, unos 13 millones de personas fueron igualmente desplazadas en África y Asia por fenómenos climáticos extremos, y también allá hay pérdida de cosechas que agravan la desnutrición y el hambre. Si el calentamiento llega a 1,5 grados Celsius por encima de la temperatura de la era preindustrial, como parece prácticamente inevitable, casi el 8% de la tierra cultivable podría dejar de serlo, calcula el informe. Brasil, uno de los países más poblados de Suramérica, también tiene el mayor número de personas asentadas en áreas que avanzan rápidamente hacia la desertificación.
Los arrecifes coralinos, barrera natural contra las mareas, corren serio peligro. Mientras tanto, el hielo se derrite en los polos y aumenta el nivel del mar. Millones de personas están expuestas a las inundaciones y, según los autores del informe, es hora de dejar de confiar a ciegas en la capacidad de adaptación porque en muchas regiones, especialmente de los países más pobres, la intervención necesaria será demasiado cara.
Impedir el incremento de 1,5 grados Celsius exigiría el acelerado abandono de los combustibles fósiles hasta eliminar las emisiones causadas por su combustión en el 2050. Esa meta parece lejana. Por el contrario, la temperatura del planeta está en ruta a alcanzar dos o tres grados Celsius de calentamiento este siglo. Un niño nacido hoy tendría posibilidades de ver esa catástrofe en el último cuarto de siglo y sin duda comenzaría a sufrir su paulatino desarrollo en plena juventud.
La rapidez de los efectos sobrepasa la capacidad de ajuste y adaptación de las personas y la naturaleza. Lograrlo se irá encareciendo con el paso del tiempo y el recrudecimiento de los fenómenos dañinos. Ya no hay tiempo para dudar, ni posibilidad de posponer acciones drásticas y necesarias.