La guerra contra Ucrania nos alcanza en tres sentidos: económico, geopolítico y humano. El conjunto del mundo globalizado se ha visto afectado por este terrible suceso, causante ya del aumento en el precio de los combustibles y de mayor presión sobre otras variables económicas. Aunque nadie sabe cuán larga será la guerra, los expertos vaticinan un mayor perjuicio para la propia Rusia e, inevitablemente, para sus ciudadanos.
En lo geopolítico, el nuevo mapa resultante dependerá en mucho de si Putin logra sus propósitos; una victoria se constituirá en un mal ejemplo para otras potencias con parecidos ideales, porque les enseñaría la posibilidad de ocupar militarmente un país que no representaba amenaza alguna para ellas, especialmente donde se respeta el Estado de derecho. Ucrania, antes de la invasión el 24 de febrero, era una democracia en ciernes, una nación nacida de la guerra y con un presidente elegido en una justa democrática en la cual obtuvo el 73% de los votos.
La otra faceta del conflicto es quizá la menos analizada y la más heroica. Los ucranianos se encuentran sobre la piedra del sacrificio. En el altar para contener la ira de un hombre corrompido por el poder absoluto, al punto de derramar sangre inocente para satisfacer su ego inflamado y a un grupo reaccionario de su entorno cuya creencia en la Rus de Kiev considera a Ucrania parte de la Gran Rusia, en un pulso con Estados Unidos por el liderazgo global. La Unión Europea es solo una socia productiva, dependiente de la energía rusa; el verdadero rival es Estados Unidos.
Mientras Ucrania resista y Vladímir Putin no vea indicios de participación de la OTAN, no habrá guerra mundial, al menos en el escenario más optimista. En eso consiste la ofrenda: a Putin se le puede presionar, embargar activos, cerrarle la venta de gas y petróleo, impedirle hacer negocios, cercenarle sus cuentas bancarias nacionales, pero un paso en falso desencadenaría un conflicto de grandes dimensiones, incluso mediante el uso de arsenal nuclear. Ucrania solo puede recibir armas de guerra e inteligencia de los países en capacidad de procurárselas, como hasta ahora.
Cuando Napoleón invadió Rusia con un ejército formado por cuando menos 600.000 hombres, Moscú estaba vacía, los comandantes rusos no se rindieron y desocuparon la ciudad entre el 2 y el 6 de setiembre de 1812. Napoleón no se esperaba la magnitud de la resistencia y los acontecimientos siguientes le significaron su derrota. Los ucranianos también han prometido no claudicar. “Defenderemos nuestro Estado, porque nuestras armas son nuestra verdad. Y la verdad es que esta es nuestra tierra, es nuestro país y estos son nuestros hijos”, declaró Volodímir Zelenski el 26 de febrero, dos días después del comienzo de la agresión. Incluso, ucranianos radicados en el Reino Unido han vuelto a Kiev para unirse al ejército. “Quieren quitarle más tierras a nuestro país. Y nosotros queremos proteger nuestra tierra, nuestra familia y nuestros hijos”, dijo uno de ellos a la BBC el 1.° de marzo.
En un artículo reciente, el equipo de The Economist llevó a cabo un análisis de la situación de Rusia, la cual no ha resultado como las bravuconadas del autócrata del Kremlin anunciaba. Entre los expertos consultados figura Justin Bronk, del Royal United Services Institute, con sede en Londres. De acuerdo con Bronk “puede haber una lección para la OTAN. El fracaso inicial de Rusia para obtener la superioridad aérea podría explicarse por el secreto del Kremlin sobre la decisión de ir a la guerra y la falta de tiempo para planificar... Pero la pasividad de la fuerza aérea también podría reflejar inexperiencia o incompetencia. La fuerza aérea de Rusia, con menos tiempo de vuelo por piloto y carente de simuladores avanzados y amplios rangos de entrenamiento disponibles para las fuerzas aéreas occidentales, carece de la capacidad institucional para planificar, resumir y volar operaciones aéreas complejas a escala”. “El hecho de que Rusia no haya eliminado las defensas aéreas ucranianas ‘se está convirtiendo en un serio obstáculo’”, afirmó Rob Lee, del King’s College de Londres, a The Economist.
Mientras Rusia se desgasta, como se ha visto hasta el momento, Costa Rica puede hacer más por Ucrania, no solo enviarle sentimientos de compasión. Consecuentes con nuestros valores democráticos, debemos abogar por la salida pacífica, por esfuerzos diplomáticos vigorosos sin guardar detrás enfrentamiento de intereses ajenos al bienestar de los ucranianos, podemos también ofrecer públicamente nuestra anuencia a recibir refugiados y asumir nuestro deber de aceptar el peso económico de las sanciones impuestas a Rusia. Un cambio de mentalidad sobre la concepción de la guerra, convertirla en una guerra de Rusia contra toda la humanidad, es otra manera de no aislar a Ucrania en tanto es sacrificada en aras de que las bombas no caigan sobre otros países.
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Un cambio de mentalidad sobre la concepción de la guerra, convertirla en una guerra de Rusia contra toda la humanidad, es otra manera de no aislar a Ucrania en tanto es sacrificada en aras de que las bombas no caigan sobre otros países. (DIMITAR DILKOFF/AFP)